Bosques de pino carrasco, encinares y una frondosa vegetación de ribera serán el escenario que nos acompañará en el camino, un camino que aúna naturaleza e historia, el de Sant Medir, un auténtico paraíso para los amantes del senderismo y que une la localidad de Sant Cugat del Vallés con la ciudad de Barcelona.
Apenas 9,5 kilómetros repletos de bellos paisajes y vestigios de la historia conforman este camino, una ruta que comenzamos en la plaza Octavià de Sant Cugat del Vallés, justo delante del magnífico monasterio de la localidad. Nuestra primera parada, a poco más de 2 kilómetros de Sant Cugat, es el Pi d’en Xandri, un pino piñonero, símbolo del parque rural de Torre Negra con más de 230 años de vida.
Sus más de 23 metros de altura impresionan tanto como el ataque vandálico que sufrió en 1997 en el que unos jóvenes quisieron cortarlo y quemarlo. Este acto unió a todo el pueblo de Sant Cugat para garantizar su conservación y lo convirtió en lo que es hoy: un emblema de la preservación medioambiental de toda la zona.
Justo a la derecha, siguiendo el camino, encontramos Torre Negra, una fortaleza románica encargada por el abad Armengol, en el año 1145. Robusta, de grandes muros de color oscuro -de ahí su nombre-, fue propiedad del Monasterio de Sant Cugat, hasta el siglo XIX, que pasó a manos privadas. Desde la propia Torre Negra, durante la Edad Media, se administraron varias masías como es la de Can Borrell, nuestro siguiente alto en el camino.
Construida en 1783, como nos recuerda una inscripción en una de sus puertas, se convirtió en lugar obligado de parada, primero por los agricultores de la zona que llevaban sus productos a Barcelona, y más tarde por los excursionistas y romeros de Sant Medir. El continuo paso de excursionistas y comerciantes hizo que comenzara a utilizarse como posada y más tarde a servir desayunos y bebidas hasta convertirse en el restaurante que es hoy en día.
Un lugar en el que reponer fuerzas para continuar nuestra ruta hasta la siguiente parada: la ermita de Sant Adjutori. Documentada en el año 986, es una de las escasas iglesias de planta redonda en toda Cataluña, con un estilo de inspiración bizantina. No tiene ábside, y está cubierta con una bóveda semiesférica. Tiene sólo una ventana redonda, y otra con arco, de piedra trabajada.
A pocos metros, siguiendo el camino, un horno de la época romana, donde se cocía tejas y ladrillos, y que, aunque su datación no ha sido definitivamente establecida, se cree fue construido en torno al siglo II a. C. Los dos monumentos han sido declarados Bien Cultural de Interés Local, formando parte del Catálogo del Patrimonio Arquitectónico de Sant Cugat del Vallés.
Y por fin llegamos a la ermita de Sant Medir, una antigua iglesia parroquial, conocida desde el siglo X y que da nombre a todo nuestro camino.
En el año 962 se encuentra la primera referencia documentada a la ermita como propiedad del monasterio de Sant Cugat y como una de las cinco parroquias del término. De estilo románico, de planta rectangular y con un campanario de doble espadaña, nos muestra en su puerta de entrada un relieve gótico que representa a la Santísima Trinidad. Pero tal vez lo que más atrae de esta pequeña ermita es la leyenda que esconde y que la ha convertido en destino de peregrinos, que celebraron en el año 1802 su primera romería hasta allí.
Leyenda o historial real que cuenta cómo Medir, un campesino habitaba en la sierra de Collserola, en el año 303, en medio de la persecución de los cristianos bajo órdenes del emperador Diocleciano, se encontró, mientras estaba sembrando habas, con el obispo Severo de Barcelona que huía de la ciudad. El obispo le explicó el motivo por el que se escondía y, decidido a morir antes que renunciar a la fe cristiana, le pidió que dijera la verdad si alguien preguntaba por él. Tras el encuentro, Medir vio asombrado como las habas que plantaba empezaron a crecer de manera milagrosa. Un poco después, los perseguidores se encontraron al campesino, quien les contó la verdad: el obispo Severo había pasado por allí hacía un rato mientras él sembraba habas. Sin embargo, los hombres que perseguían al obispo, lejos de creerle, pensaron que se mofaba de ellos, lo encarcelaron y lo martirizaron hasta la muerte.
Mientras pensamos qué de cierto puede haber en tan arraigada fábula, a lo lejos, vemos la silueta del Tibidabo, recortada sobre el fondo de los árboles. Nuestro camino se acaba y, con él, un precioso recorrido de naturaleza e historia.
Imagen destacada @Xavier Febrés