A poco más de 5 kilómetros de la ciudad de Barcelona, encontramos Sant Cugat del Vallés, un auténtico oasis en el que confluyen la arquitectura más monumental y la naturaleza.
Perteneciente a la comarca del Vallés Occidental, de la que toma su “apellido”, el origen de Sant Cugat del Vallés fue una antigua fortaleza romana, Castrum Octavianum, construida en el siglo IV.
Según cuenta la tradición, poco antes del año 314 en esta fortaleza fue martirizado Cucuphas (Cugat), un africano llegado a estas tierras para predicar la fe cristiana.
Un hecho que explica cómo, con el paso del tiempo, la localidad se convirtiera en lugar de culto y veneración cristiana y que, sobre esta plaza fuerte, en el siglo IX comenzara a construirse el antiguo monasterio benedictino de Sant Cugat, hoy en día el monumento más sobresaliente de la ciudad.
El monasterio, centro de vida y del románico
La construcción del monasterio en el siglo IX contribuyó al crecimiento del pueblo durante la Edad Media. Centro muy importante de poder y cultura en aquellos años, los monjes que residían en el monasterio se dedicaban al culto y la oración bajo la regla benedictina, pero también administraban unas extensas propiedades.
Así, hablar del monasterio es hablar de riqueza y épocas de esplendor, de Sant Cugat como un importante núcleo agrícola en el que abades y ricos señores decidieron establecerse y del que son testigo numerosas e importantes masías que aún perviven, como Can Rabella (s. XIV), Can Bellet (s. XVI) o La Torre Blanca (s. XVII).
El poder y el esplendor monásticos aún se respiran en todo el conjunto arquitectónico, uno de los mayores exponentes del arte medieval en Cataluña y, desde 1931, catalogado como Bien Cultural de Interés Nacional.
Fruto de las diversas obras de ampliación y remodelación de las que fue objeto a lo largo de su dilatada historia, hoy el Monasterio es una amalgama de estilos arquitectónicos.
Así, además de distintos vestigios romanos, paleocristianos y prerrománicos, al visitar el Monasterio de Sant Cugat podemos observar elementos de los tres periodos en los que, tradicionalmente, se ha venido estructurando el estilo románico: el primer románico o protorrománico, en su torre – campanario; el románico pleno (en la cabecera) y el tardorrománico (presente en el claustro), sin olvidar las cubiertas, en las que ya se atisban características de un incipiente estilo gótico.
Además, el monasterio es un rico conjunto arquitectónico en el se integran la iglesia, majestuosa y con un impresionante rosetón circular de tracería presidiendo la fachada principal; el claustro, con un total de 144 capiteles, adornados con motivos florales, animalísticos o incluso monacales y de corte costumbrista; el palacio monacal, con su aspecto de “casa fuerte” y la muralla, erigida durante el siglo XIV como defensa preventiva del cenobio ante la oleada de inseguridad que azotó el bajomedievo catalán.
Un conjunto arquitectónico imponente y muestra del esplendor que vivió Sant Cugat durante la Edad Media.
Templo del modernismo
Si Sant Cugat tiene en el monasterio uno de los emblemas de la ciudad y una de las mejores representaciones del arte románico español, esta pequeña localidad puede considerarse, al mismo tiempo, cuna de algunos de los edificios más bellos del modernismo catalán.
Dos estilos, románico y modernismo, separados por más de 10 siglos conviven en Sant Cugat.
Así, tras nuestra visita al monasterio, podemos conocer muestras del modernismo más puro visitando, por ejemplo, la Casa Armet, en la avenida de Gracia.
Diseñada como una casa de veraneo por el arquitecto Ferran Romeu i Ribot en 1898, conjuga por primera vez el uso del ladrillo, la piedra, la cerámica y las estructuras de madera. Enamora su fachada, decorada con un friso de azulejos de vivos colores, o su jardín, donde en 1899 había un molino de viento.
La Casa Lluch es otro perfecto ejemplo del modernismo que podemos encontrar en Sant Cugat. Diseñada en 1906 por el arquitecto Eduard Maria Balcells i Buigas, esta bella casa también destaca por su fachada, decorada con falsos cuadrados de mortero rojo con estuco blanco y cerámica azulada.
Y, sin duda, una las muestras más representativas de este estilo: la Bodega o Celler Cooperatiu, edificio proyectado por el arquitecto César Martinell y que se construyó en 1921 gracias al esfuerzo cooperativo de los cultivadores de viñas de la zona para mejorar el rendimiento de la producción vinícola.
Hoy adscrito al Museo de Sant Cugat, este edificio ofrece interesantes exposiciones permanentes sobre el contexto histórico en el que se construyó y sobre el proceso de la elaboración del vino.
Sant Cugat del Vallés, una localidad única que aúna las más bellas muestras de dos de los estilos arquitectónicos más importantes de nuestro país. Si quieres vivir en este interesante enclave, busca aquí.