“El ser humano no debe desprenderse de sus impulsos primigenios, de su ser biológico. Debe recordar que él mismo proviene de un principio natural y que la búsqueda de su morada no puede desligarse de sus raíces; es decir, debe evitar que su hábitat sea antinatural”.
De esta manera, el arquitecto mexicano Javier Senosiain explica el concepto que inspira la bioarquitectura o arquitectura orgánica: construir para proteger la vida que habita, pero también para proteger la vida que nos rodea.
Con ese objetivo, los proyectistas que como Senosiain comparten esa nueva tendencia buscan, en primer lugar, reducir el uso de combustibles fósiles y alcanzar una alta eficiencia energética, es decir, acabar con las emisiones contaminantes y conseguir un consumo sostenible. La otra prioridad es trabajar con materiales de construcción respetuosos con la salud tanto de las personas como del medio ambiente.
Los datos que arroja el estudio Energy Efficiency Trends in Residential and Commercial Buildings, del Departamento de Energía de Estados Unidos, dan argumentos de peso a la bioarquitectura. Los edificios generan:
- 65% del consumo de electricidad.
- 36% del consumo de energía.
- 39% de la emisión de gases de efecto invernadero.
- 30% de uso de materiales.
- 30% de la generación de desechos.
- 12% del consumo de agua potable.
El desafío para esta escuela arquitectónica es minimizar este enorme impacto aprovechando la energía natural y sacando partido a los recursos climáticos de cada zona sin por ello recudir el confort habitacional. Convertir las casas en una segunda piel acogedora que se adapte y respire con el entorno.
La Fundación para la Salud Medioambiental señala las características concretas que debe reunir una construcción de bioarquitectura:
- Respetar los parámetros de la bioclimatización: una orientación adecuada para aprovechar la luz natural y el calor solar; contar con sistemas de ventilación pasiva, aislamientos y cerramientos óptimos, y una distribución adecuada de los espacios para utilizar con eficacia toda esa energía natural.
- Las instalaciones para los suministros (electricidad, fontanería, saneamiento…) tienen que ser confortables, seguras y eficientes, de tal manera que se eviten pérdidas. Además, hay que implementar sistemas que regulen y controlen el consumo.
- Hay que aprovechar los recursos naturales disponibles en el entorno (desde aguas subterráneas hasta el viento, el calor o la leña), utilizando energías renovables para incrementar la autonomía energética y disminuir el impacto ambiental.
- Se debe contar con sistemas de reciclaje y de gestión de residuos y aguas.
- Los materiales empleados en la construcción tienen que ser saludables y sostenibles. Por ello, la primera condición es que la materia prima sea abundante en el entorno: tierra, compuestos arcillosos cerámicos (ladrillos, azulejos, baldosas, tejas), madera, yeso, piedras o aislamientos naturales como el corcho. Y también utilizar técnicas constructivas naturales como el modelado directo, el adobe, el tapial, la quincha o los fardos de paja.
- El diseño ha de buscar integrar el edificio en su entorno, teniendo en cuenta la estética del paisaje y la arquitectura local.
- El interiorismo y la funcionalidad tienen así mismo una gran importancia. Los colores deben favorecer la luminosidad y conseguir una armonía con los espacios y las dimensiones.
Se trata, en definitiva, de que la casa se convierta casi en un organismo vivo que interactúe con el medio en el que se ubica, que cambie de acuerdo a la estación y a nuestras necesidades y que sea un refugio confortable y sostenible.