¿Por qué cada vez más gente quiere vivir en un pueblo?

Equipo de Redaccion

Los datos lo demuestran. Según el censo elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en los últimos 10 años la población de los municipios de menos de 100 habitantes ha aumentado en un 12,9% y la de las localidades entre 2.000 y 5.000 habitantes, un 0,2%.

Además, entre 1998 y 2011, nada menos que 165.000 personas en nuestro país dejaron ciudades de más de 100.000 habitantes por pueblos de menos de 10.000. Y parece que la tendencia ha continuado desde entonces.

Cada una de esas personas emprendieron un cambio fundamental, ilusionados por encontrar un lugar mejor para vivir, tal vez hartos de hacer colas, de los largos desplazamientos, del tráfico, de los precios…

“Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido”. El poeta Fray Luis de León ya explicaba hace medio siglo esa necesidad humana por volver a oler la tierra y sentir la naturaleza.

Son las mismas razones que dan quienes residen en pueblos pequeños, aunque no las únicas. También hay cuestiones prácticas que hacen esa experiencia más atractiva.

Más calidad de vida

El coste del metro cuadrado de una vivienda construida o de una finca urbanizable es, por lo general de media, más reducido en un pueblo que en una gran ciudad. Además, en numerosas localidades  se intenta atraer a nuevos vecinos con precios reducidos y así evitar que los pueblos queden abandonados. El efecto llamada se está consiguiendo. Según el portal Aldeasabandonadas.com, la demanda de casas rurales crece cada año entre un 30% y un 40%.

Es la consecuencia de lo que el profesor de Sociología Rural Benjamín García Sanz llama “nueva ruralidad”: la gente joven huye de la ciudad en busca de una vida mejor, más asequible en todos los sentidos, favorecida por las posibilidades que ofrece el teletrabajo.

“En los pueblos la vivienda y la vida es mucho más barata, más aún con estas campañas que llaman a repoblar los pueblos, y hoy día las redes de Internet les permiten comunicarse con el mundo y los amigos”, asegura el sociólogo.

Pero el coste de la vida no se mide solo con el precio de la vivienda. El ahorro llega también al pagar menos impuestos municipales, al disminuir o eliminar los gastos de comunidad o a la hora de llenar la despensa.

Alimentos más baratos, sí, pero también más naturales. De nuevo los tomates saben a tomate, las verduras y legumbres vuelven a ser un regalo para el paladar, la carne es otra historia… Es el privilegio de tener como vecinos a los productores o de contar con tu propia huerta para abastecer con mimo la mesa y, a la vez, disfrutar de una afición.

Un estudio hecho en distintas ciudades de Europa sobre el tiempo que emplean sus habitantes en llegar al trabajo mostraba que, por ejemplo, los madrileños tardan de media unos 45 minutos y los barceloneses, alrededor de 35. Los desplazamientos en una localidad pequeña difícilmente superan los 10 minutos.

Eso significa que es posible ir a casa a comer, que si te surge un imprevisto puedes solucionarlo rápido y, sobre todo, que tienes más tiempo libre. Y la naturaleza a la puerta para disfrutar de él.

Vivir en el campo, sin duda, anima a realizar actividades al aire libre. Coger la bicicleta entre pinares no es lo mismo que hacerlo en un carril-bici, ni salir a correr o caminar entre edificios es tan apetecible como recorrer senderos o campos de cultivo.

Lejos del mundanal ruido, como decía Fray Luis de León y, al mismo tiempo, más cerca de los demás. Los pueblos dan auténtico significado a ese concepto tan urbano de la comunidad de vecinos, cuando la proximidad física se transforma en conversación y colaboración y la convivencia no se limita al hogar, ya que todo el mundo se conoce.

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