Ribera Sacra, el paraíso está en Galicia

Raúl Alonso

Un destino que atesora una de las mejores colecciones de románico rural europeo, que conserva frondosos bosques de robles y castaños, y que lanza las paredes de sus cañones al río en unos impactantes paisajes verticales. Hablamos de la Ribera Sacra, una de las comarcas más bellas de entre las muchas que ofrece la siempre sorprendente Península Ibérica, un paraíso casi virgen.

La conforma un total de 21 ayuntamientos entre el sur de la provincia de Lugo y el norte de la de Orense, que se despliegan sobre la poderosa columna vertebral de los cursos del Miño, Sil y Cabe. Precisamente el gran número de conventos que se ubicaron en sus riberas nombran a esta comarca, y ya en el año 1124 hay documentación escrita refiriéndose a ella como ‘Rivoira Sacrata’.

Una tierra para visitar sin prisa, disfrutando de sus zigzagueantes carreteras, acogedoras gentes y complejos vinos, pero es ante todo un paraíso para el paseante: es a pie como más se disfruta de la grandeza y generosidad de su Naturaleza. Atributos que hoy el hombre parece ignorar, y es que como tantas otras zonas rurales sufre del mal de la despoblación. Una situación que parece inexplicable cuando se repasan siquiera un puñado de sus encantos.

Los cañones. Cuenta la leyenda que los cañones del Sil y Miño surgieron del enamoramiento que el dios Júpiter tuvo con la tierra gallega. Celosa, su esposa Juno profirió unos profundos tajos al rostro de la pretendida. Y hoy esos surcos forman los impresionantes cañones que flanquean toda la comarca, más agrestes y rocosos en el valle del Sil, y suaves y aprovechables por el hombre en la del Miño. Para disfrutar de las vistas que ofrecen, existen innumerables miradores, todos ellos accesibles en coche, aunque en ocasiones el paso es por pista forestal. El de Cabo do mundo (en O Saviñao) sobre el Miño es sin duda uno de los más bellos, si bien los lugareños aseguran que el visitante no se sentirá defraudado por ninguno de ellos.

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También es posible disfrutar de estos cañones navegando el Sil o el Miño. Unos paseos en cómodos catamaranes o emocionantes canoas -en función de la época del año y las ganas de aventura- que nunca defraudan.

El románico rural. Conocer el Monasterio de San Salvador de Ferreira (en Pantón) o el de Santa Cristina de Ribas de Sil (en Parada de Sil) podrían justificar en sí misma la visita a la Ribera Sacra, pero es el de San Pedro de Rocas de Esgos el que más impacta en el visitante: una fusión perfecta entre el patrimonio artístico y el medio rural que tiene en las tumbas labradas en la roca su máxima expresión. Sin duda se trata de un escenario privilegiado, no en vano hablamos de uno de los templos cristianos más antiguos, datado en el siglo VI.

Sin embargo la mejor recomendación que puede recibir el turista, es la de perderse por cualquiera de los municipios de la Ribera Sacra y dejarse sorprender por  su patrimonio tallado en piedra, edificaciones modestas y bellas que dialogan con su entorno.

Ruta do Mao. En Parada de Río Sil aguarda otra de las atracciones de la visita, se trata de una caminata sobre un entramado de pasarelas de madera que discurre en paralelo al río Mao. Ofrece una excursión de unos 3 kilómetros accesible a ‘casi’ toda la familia (quizá más dura para las personas de mayor edad) y que permite tener una visión muy particular del bosque autóctono de la zona, ya que se pasea a cierta altura. La ruta sale y termina desde una antigua central eléctrica, hoy reconvertida en infraestructura turística, donde poder disfrutar de un refresco a la vuelta.

Cascada de Agua Cáida. Nos detenemos ahora en una excursión menos conocida pero imprescindible para los amantes de los saltos de agua.  Ubicada en la población de Marce (ayuntamiento de Panton), esta cascada cubre un desnivel de unos 40 metros y en los meses de verano propone un sugerente chapuzón solo apto para los más valientes, ya que su acceso tiene cierta complejidad. Un justo premio a los que hayan cubierto la senda por la que se llega, un entramado de escaleras de madera construidas a tal efecto.

El viñedo. Los amantes del vino sabrán de la popularidad que la Denominación de Origen Ribera Sacra ha ganado en los últimos años, tanta que parte importante de su producción se vende en exclusiva en el extranjero.

La cultura del vino en la zona se remonta a la presencia de los romanos, pero lo que ha convertido al vino en uno de los mayores atractivos turísticos es su sistema de cultivo en bancales. Los viñedos hunden sus raíces en las abruptas laderas que se asoman al río, en ocasiones con pendientes del 90%, lo que sin duda implica un colosal esfuerzo para su cultivo. Por ello recibe el nombre de ‘viticultura heroica’. Pero el empeño realizado por el cerca del centenar de pequeñas bodegas tiene premio en un vino de reconocida calidad. También para el visitante que se acerca en diferentes épocas del año, ya que el manto de viñedos se cubre de verde intenso en verano, y de un espectacular rojizo en otoño.

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Monforte de Lemos. La capital histórica también cuenta con atractivos para el visitante. Una localidad que vivió su mayor esplendor en los siglos XVI y XVII y en el último tercio del siglo XIX, cuando el desarrollo ferroviario la convirtió en el nudo más importante de Galicia. Hoy se niega a vivir de los réditos del pasado, aunque es el conjunto monumental de San Vicente del Pino su principal atractivo. Lo conforma una torre del homenaje iniciada en el siglo XII, el Palacio Condal y el Monasterio Benedicto, hoy un hotel de la red de Paradores. Otro de los orgullos monfortinos es el Colegio de Nuestra Señora de la Antigua, un edifico renacentista de imponentes hechuras conocido como El Escorial de Galicia.

Hasta aquí un aperitivo que apenas hace justicia a los atractivos que la Ribera Sacra ofrece al turista curioso. Una comarca que para bien o para mal conserva íntegro el sabor de lo auténtico, de la cultura rural y monacal, del trabajo en el campo, del disfrute pausado de la vida.

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Fotos: Raúl Alonso

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