Terremotos, inundaciones, temporales, huracanes… La naturaleza, en muchas ocasiones, se convierte en una amenaza para los núcleos urbanos. Hay que conocer los principales riesgos a los que se enfrentan, según su localización, y estar preparados con planes de prevención y actuación.
Se trata de que nuestras ciudades sean resilientes, es decir, capaces de adaptarse a su entorno y absorber en poco tiempo los efectos de los desastres o cualquier situación de crisis. En definitiva, hacerlas más seguras.
El programa de ciudades resilientes UN-Habitat, de Naciones Unidas, pretende concienciar a las administraciones estatales y a los gobiernos locales sobre la necesidad de este trabajo de previsión.
Barcelona es un referente internacional de ese programa y, además, forma parte de la Red de las 100 Ciudades Resilientes promovida por la Fundación Rockefeller, que ha valorado especialmente el enfoque innovador de sus planes de actuación.
La capital catalana cuenta con un Centro de Control de Incidencias cuya función es gestionar los riesgos empleando sistemas de información y datos para conocer las situaciones y comunicarlas a la población en tiempo real. Por otra parte, se han creado mesas de resiliencia, constituidas por equipos multidisciplinares, para identificar los puntos vulnerables de la ciudad, sobre todo relacionados con las infraestructuras y las redes de servicios.
Programas como este deben ser continuos, no pueden tratarse solo de actuaciones puntuales. La tarea de transformar una ciudad para que sea capaz de resistir y responder a las crisis requiere tiempo y una importante inversión que, por otra parte, resulta muy rentable: según un estudio elaborado por Eric Schwartz, experto de Naciones Unidas en desastres naturales, por cada dólar invertido en resiliencia urbana se ahorran entre cinco y diez dólares en pérdidas económicas.
Objetivos de una ciudad resiliente
Hablamos de seguridad, de economía y de habitabilidad, porque una ciudad preparada es también una ciudad con una mayor calidad de vida, como plantea el programa UN-Habitat en sus principales objetivos:
- Que la población disponga de servicios e infraestructuras adecuadas, con edificios que cumplan códigos de construcción seguros, levantados sobre terrenos estables y alejados de zonas de aluvión.
- Que las autoridades locales y la población conozcan y entiendan las amenazas, disponiendo sistemas de información y de respuesta rápida. Las ciudades japonesas son un buen ejemplo de ello: desde jardín de infancia se enseña a los niños cómo detectar y reaccionar ante los seísmos. Existen programas de vigilancia y preparación en los que se implica toda la comunidad.
- Que se protejan los ecosistemas y las zonas naturales de amortiguamiento para mitigar las inundaciones, las marejadas ciclónicas y otras amenazas a las que una ciudad puede ser vulnerable. Adaptarse al cambio climático también ayuda a reducir los riesgos.
- Que se implementen tecnologías para monitorizar los riesgos y facilitar una alerta temprana.
- Que se cuente con estrategias de asistencia, recuperación y rehabilitación de bienes e infraestructuras para superar las crisis en el menor plazo posible. Por ejemplo, habilitando asistencia sanitaria, transporte, agua, alimentos, refugios…
Como explica Gemma Noriega, de UN-Habitat, “hay que concebir la urbe como un sistema de sistemas, un ente complejo que, a similitud del cuerpo humano, requiere del buen funcionamiento de los distintos órganos para gozar de buena salud”. Órganos ante todo de prevención, pero también bien preparados y que cuenten con la colaboración de las comunidades.