¿Quieres trabajar desde casa? El loft es una buena opción

Equipo de Redaccion

A principios de los años 40, muchos neoyorquinos empezaron a instalarse en almacenes abandonados que apuntaban al río Hudson. Se trataba de naves de empresas obligadas a echar el cierre o a buscar nuevos territorios, espacios diáfanos que necesitaban algo más que una mano de pintura (de ahí su precio minúsculo) y que numerosos estudiantes y autónomos, con el gremio de los artistas a la cabeza, consideraron el lugar perfecto para vivir… y trabajar. La mudanza masiva fue el origen de la fiebre del loft, que no tardó en expandirse por todo el sur de Manhattan: el NoHo, Chelsea, TriBeCa y el SoHo.

La llegada de nuevos vecinos revitalizó los distritos y los sumergió en una atmósfera vanguardista y bohemia. Y de la noche a la mañana, la necesidad de localizar un sitio barato pasó a ser una moda; algunos lofts se convirtieron en salas de exposiciones y discotecas improvisadas, se llenaron de celebrities y encandilaron a arquitectos y diseñadores, que encontraron un nuevo lienzo para dar rienda suelta a su ingenio. En aquellos viejos y destartalados edificios, plantados en calles que hasta entonces habían sido un homenaje al aburrimiento, comenzó a palpitar la filosofía de los escritores Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burrough. El hogar de la generación Beat.

La pasión por los lofts no tardó en resonar en otros rincones y en conquistar áreas industriales de todo Estados Unidos, con focos particularmente atractivos en San Francisco y Chicago. Sin embargo, siguió siendo Nueva York el corazón de la tendencia. Allí, en la quinta planta del número 231 de la East 47th Street, el pintor Andy Warhol montó en 1962 The Factory; durante seis años, su residencia, sin muros divisorios, con las paredes y las columnas plateadas y forradas de espejos, vio nacer serigrafías clave en la carrera del artista, acogió conciertos de The Velvet Underground y fue el escenario de juergas legendarias y de encuentros de notables socialites: Mick Jagger, Grace Jones, Bob Dylan, Edie Sedgwick…

 

 

También en aquella época, una activa Yoko Ono –aún no conocía a John Lennon– se instaló detrás de la calle Broadway, en el 112 de Chambers Street. Su loft, menos festivo que el de Warhol, sirvió de laboratorio a inquietos compositores musicales, como John Cage, George Brecht y La Monte Young. La fama y el éxito artístico llevaron a Ono a aspirar a viviendas más lujosas, pero sin perder la afición por esa amplitud y esa sensación de libertad que le brindó Chambers Street. De hecho, tiene a la venta un inmenso apartamento con estética de loft en el sur de Manhattan, prueba de quien tuvo retuvo.

Dos pájaros de un tiro

Pero, ¿de qué hablamos exactamente cuando hablamos de un loft? ¿De un apartamento en el que las paredes brillan por su ausencia? No exactamente. El loft se levanta sobre suelo de uso terciario, más barato que el residencial y destinado a la construcción de comercios u oficinas. No es, por lo tanto, un terreno pensado para que alguien viva en él, sino para que su propietario o inquilino lo utilice como lugar donde desarrollar una actividad profesional. Dicho de otra manera: de entrada, si adquieres un loft, solamente estás autorizado a trabajar en él. En el caso de que desees usarlo para las dos cosas, es importante que tengas en cuenta lo siguiente:

  •  Antes de cerrar la compra, asegúrate de que el inmueble cuenta con la llamada cédula de habitabilidad, que es el documento que certifica que cumple con los requisitos para ejercer de vivienda –los fija cada comunidad autónoma: una superficie mínima, salida de humos…–. Sin ella, olvídate de poder contratar la luz, el agua o el gas.
  •  Resulta imprescindible, que disponga de la licencia de cambio de uso (de comercial a residencial), dependiente de los ayuntamientos. No son pocos los municipios que se oponen a concederla, amparándose, por ejemplo, en que sus normativas urbanísticas contemplan un número determinado de viviendas por hectárea.

Afortunadamente, lo más frecuente es que tanto los lofts de nueva construcción –la mayoría de ellos, en la periferia de las grandes ciudades, cerca de polígonos industriales activos– como los de segunda mano tengan sus papeles en regla, por lo que parecen perfectos para matar dos pájaros de un tiro: trabajar y vivir en el mismo sitio, con el consiguiente ahorro (¡un alquiler o una hipoteca en vez de dos!). Son sitios flexibles, generalmente de dos plantas (la de arriba, concebida para la instalación del dormitorio), luminosos y con materiales de calidad; ofrecen infinitas posibilidades en lo que a cuestiones de diseño y decoración se refiere y suelen estar integrados en comunidades de propietarios cómodas… y en las que se puede aparcar gratis en la calle.

Imagen @Semio distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0

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