China demuestra su poder económico mirando al cielo. A finales de 2015, una espectacular ceremonia de luz y sonido celebró la conclusión de un nuevo coloso, la Shanghai Tower. 632 metros verticales que convierten el edificio en el segundo más alto del mundo, solo por detrás del Burj Kahlifa de Dubái (828 metros).
Es la joya de la corona arquitectónica del distrito financiero de Shanghái, poblado de otros rascacielos como el Jin Mao o el Shanghai World Financial Centre. Y lo es no solo por su altura, sino por su diseño único y su sostenibilidad.
Este desafío es obra del estudio estadounidense Gensler, uno de los más reputados del mundo, responsable también de proyectos tan espectaculares como el Aeropuerto Incheon, en Seúl, o el Abu Dhabi Financial Centre.
El director de Diseño de Gensler, Marshall Strabala, dijo en su inauguración que la Shanghai Tower “pretende representar el futuro dinámico de China”. Sobre esa idea tomó forma su estructura en espiral, que proponía una imagen de crecimiento e innovación.
Pero ese concepto sirvió a la vez como solución técnica para algunas de las dificultades que presentaba su construcción. La primera de ellas, la resistencia a los fuertes vientos de las tormentas tropicales y los tifones habituales de la zona. El diseño en espiral y los materiales flexibles utilizados permiten reducir la carga que ejerce el viento en un 24%.
La otra prioridad fue lograr la máxima eficiencia energética. Y de nuevo su estructura sinuosa sirvió para ese propósito, al canalizar el agua de lluvia hacia depósitos que sirven para alimentar los sistemas de climatización. Al mismo tiempo, las turbinas de viento ocultas en la fachada son capaces de generar electricidad para el edificio.
La eficiencia energética precisa además de un aislamiento completo, por eso los técnicos de Gensler idearon una doble ‘piel’ de acero y cristal para la fachada, “actuando como un termo que conserva la energía”, explica Strabala.
9 edificios en 1
Los 121 pisos con que cuenta este gigante están divididos en 9 zonas verticales. Las primeras inferiores tienen un uso comercial (tiendas, instalaciones de ocio, gimnasio…); las zonas medias son para oficinas, cuyo metro cuadrado es el más caro de la ciudad, y las más elevadas están ocupadas por un hotel de lujo, restaurantes, instalaciones culturales y plataformas de observación. Una de estas no está cerrada, de modo que se ha convertido en la más alta del mundo al aire libre.
Entre cada una de esas zonas se abren grandes espacios comunes, diáfanos y ajardinados, que sirven como lugar de esparcimiento y encuentro, rompiendo de esa forma la monotonía de la clásica división en pisos; como plazas en una ciudad vertical.
La Shanghai Tower es solo un paso más, innovador y vanguardista, en la aventura arquitectónica que pretende llegar cada vez más lejos del suelo. Ya hay otros proyectos en marcha que competirán pronto con este rascacielos. El mayor de todos, la Kingdom Tower, el primer edificio que tendrá un kilómetro de altura.