Brutalismo, por qué el ‘tecno’ de la arquitectura sigue vibrando 70 años después

Raúl Alonso

Perfiles como los de Torres Blancas o Walden 7 son instagrameados a diario en Madrid y Barcelona. Tanto por admiración como por rechazo, son ejemplos de esa arquitectura que no deja indiferente desde su construcción en los 60 y 70. Dos muestras del mejor brutalismo español, o nuevo brutalismo, una corriente arquitectónica global que desde su nacimiento tras la Segunda Guerra Mundial impacta.  

De forma especial en los últimos años, sin una justificación clara, el brutalismo vuelve a la actualidad. Para algunos, impulsado por su destacada preminencia visual en los muros sociales de influencers; para otros, por un emergente interés editorial con obras como Atlas of Brutalist Architecture, (Phaidon 2020), que rertrata 850 edificios del mundo.   

No es fácil entender cómo atraen unas edificaciones de grandes dimensiones, materiales básicos y –por qué no decirlo–, para muchos, de estética feista: pero hoy nadie duda de que la etiqueta #brutalism, funciona. Como se atribuye al instagramer Brad Dunning, quizá porque “el brutalismo es la música tecno de la arquitectura: rígida y amenazadora”.

Walden 7. https://ricardobofill.com/

Origen del brutalismo

Hablamos de un movimiento ecléctico que se desarrolló con fuertes regionalismos allí donde anidó. Desde Reino Unido se extiende al resto de Europa, los países de la órbita soviética o América por una nueva generación de arquitectos y urbanistas como los del matrimonio Alison y Peter Smithson, Denys Lasdun o James Stirling, como cita la arquitecta Patricia de Diego Ruiz en su tesis doctoral, Entre tradición y transición: génesis y cambio arquitectura del nuevo brutalismo (2015).

Como tantos otros, el brutalismo es hijo de su tiempo, en este caso de años marcados por la escasez impuesta tras la II Guerra Mundial. Su mayor desarrollo llega entre 1950 y 1970, si bien no fue hasta 1966 cuando se le etiqueta. Fue el crítico de arquitectura británico Reyner Banham el primero en darle nombre con su New Brutalism: Ethics or Aesthetic?, planteando además una diatriba entre ética y estética aún no resuelta.  

En realidad su nombre deriva del francés béton brut (hormigón crudo). Con este material el arquitecto franco-suizo Le Corbuiser levantó Unité d’Habitation (1947-1952) en Marsella, un enorme y revolucionario edificio residencial construido con este material, tan barato como efectivo.   

¿Qué es el brutalismo?

Corona de Espinas: CARLOS TEIXIDOR CADENAS, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons

El concepto de Unité d’Habitation se repitió en varias ciudades europeas, siendo reconocido como el primer ejemplo de una nueva arquitectura nacida en la postguerra. Pero no se puede obviar entre los antecedentes del brutalismo a otra cumbre de la arquitectura mundial como Mies Van Der Rohe, cuya revolucionaria concepción del espacio y materiales fue definitoria. 

Por todo el mundo empezaron a levantarse edificios de geometrías angulares repetitivas, normalmente de hormigón, si bien este material no es definitorio, por ejemplo hay grandes ejemplos en ladrillo. Más característico es el uso de estos materiales, que se muestran en bruto, con cierta aspereza visual y sin ornamento alguno, dibujando en el exterior una estructura en la que prima el pragmatismo.

El otro elemento definitorio es su escala. Por lo general son edificios mucho mayores que la mayoría de los construidos hasta entonces en todas sus manifestaciones, de modo especial en la vivienda, aunque el movimiento tuvo un gran predicamento en edificios institucionales, campos universitarios e incluso centros comerciales.

Esta apariencia, dura, esquematizada pero sobre todo práctica, es la que contextualiza este movimiento arquitectónico en su tiempo. El brutalismo se entiende mejor unido al movimiento de las utopías sociales que emergieron tras la II Guerra Mundial. Un momento de contestación contra las normas establecidas y de experimentación de nuevos modelos, entre ellos las comunidades rurales.

En algunas de ellas Le Corbusier levantó algunos de sus famosos Unité d’Habitation (Nantes-Rezë o Westend Briey) ofreciendo en un único edificio todo lo que podrían necesitar sus habitantes: eran diseñados con infraestructuras sociales básicas para la convivencia, como el comercio e instalaciones de uso deportivo y social. Una filosofía que tuvo muy buena acogida en el ideario soviético de la vivienda colectiva.

Grandes ejemplos de brutalismo en todo el mundo

El tamaño, la estructura y el propio uso de los materiales han conseguido el milagro de que muchos de los ejemplos de la arquitectura brutalista hayan llegado a nuestros días, en mejor o peor estado de conservación, pero sin grandes modificaciones. Por otro lado, el uso prioritario de un material económico como el hormigón ha convertido el brutalismo en una arquitectura viable en gran parte del mundo durante décadas.

Reino Unido tiene algunos de los mejores ejemplos, entre ellos dos en Londres como las 31 plantas del Trellick Tower (1968-1972) y el concurrido The Barbican Estate (1965-1976), que aloja varios museos. La Torre Velasca (1956-1958), uno de los iconos del siglo XX de Milán, y el aparatoso centro de Telecomunicaciones y Oficina postal Central (1989) de Skopje –esta vez símbolo de Macedonia– son ejemplos de cómo ha evolucionado el movimiento.

En América tuvo un gran predicamento. En Estados Unidos, el brutalismo dio forma a discretas joyas, como las del edificio Pirelli (1969-1970) de New Haven (Connecticut) hoy en reconversión para su uso hotelero. Con mayor impacto visual, un icono como la Geisel Library, que añadiendo un toque futurista, es símbolo de la Universidad de California en San Diego y, sobre todo la catedral de Santa María de la Asunción (1967-1971), de la que destaca su cubierta.

El nuevo edificio de El Teatro Argentino de la Plata (diseñado en 1979) o el inmenso centro cultural Teatro Teresa Carreño (1983) de Caracas, son ejemplos del sur del continente.  Y por citar un ejemplo asiático, el inmenso Tripleone Somerset (1971) de Singapur. 

Joyas de esta vertiente en España

Decenas de generaciones de periodistas se han formado en un entorno brutalista desde 1971. La Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, obra de José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña es uno de los ejemplos más reconocidos del brutalismo español. También lo es el extenso campus original de Lejona de la Universidad del País Vasco inaugurado en 1972.

Pero es Madrid, la ciudad que reúne el mejor brutalismo español.  Ejemplos son la Corona de Espinas (1967-1970), de Fernando Higueras, sede del Instituto del Patrimonio Cultural de España, o la contemporánea Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Filipinas, de Sánchez-Robles Tarín. 

Francisco Javier Sáenz de Oiza y su célebre Torres Blancas es otra obra maestra, si bien en ese caso, el arquitecto navarro adoptó los principios del brutalismo en 1968 para crear un singular residencial de lujo, lo que no fue común en otros países. Como hizo Javier Carvajal Ferrer cuando levantó Torre de Valencia, que con sus 27 plantas sigue formando parte del skyline capitalino. Al igual que las 25 plantas y 100 metros del complejo Cuzco, que desde 1980 ha tenido sobre todo uso administrativo.

En Barcelona el no menos reconocido arquitecto Ricardo Bofill levantó Walden 7. El proyecto se inicia en 1970 con la filosofía de viviendas autogestionadas a modo de una pequeña ciudad autosuficiente. Pero la aportación más emblemática de Bofill al movimiento fue la rehabilitación de la Fábrica (de cemento), tras su transformación también conocida como La Catedral, donde desde entonces en sus silos se ubica el estudio del arquitecto, además de un residencial y un centro de exposiciones representantes del mejor brutalismo español. 

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