Las ciudades crecen, los barrios se transforman, las familias se mudan. Como consecuencia de esos cambios hay construcciones con un gran valor histórico o sentimental que corren el riesgo de desaparecer. La única solución es trasladarlos, pero es una operación costosa que en algunos casos supone un desafío extremo para los ingenieros.
Si el diseño del edificio es sencillo, con grandes módulos que componen su estructura, la opción más factible es desmontarlo y enviar las piezas a su destino, donde serán ensambladas de nuevo. De esa forma viajaron desde Egipto las piedras que componen el Templo de Debod, un regalo del país de los faraones a la ciudad de Madrid. Cada una fue numerada y catalogada para respetar estrictamente la estructura original.
Sin embargo, el desmontaje no siempre es posible o resulta demasiado caro para la tarea que hay que realizar. Muchos propietarios norteamericanos contemplan el traslado completo a otro terreno. Generalmente son edificios de madera con poco peso y pilares también de madera que pueden cortarse sin grandes dificultades.
Para empezar, se refuerza la estructura y se instalan fijaciones entre paredes, muros y techos para lograr un cuerpo sólido, reduciendo balanceos y vibraciones extremas. Después, en varios puntos del perímetro se rebaja el suelo para introducir gatos hidráulicos que irán elevando la base hasta poder colocar el conjunto sobre un remolque.
Obviamente, debe haber un espacio suficiente para sacar el edificio de su ubicación, es preciso avisar a las autoridades para despejar las carreteras por donde se transita y estudiar con detalle la ruta para no encontrarse con obstáculos insalvables.
¿Y los grandes edificios?
No es lo mismo trasladar una casa de madera que un edificio de piedra y hormigón de miles de toneladas. Veamos la complejidad de este desafío a través de un ejemplo: el traslado de un edificio histórico de Zúrich (Suiza) de 6.200 toneladas, 18 metros de largo y 12 de alto que interrumpía la ampliación de la red ferroviaria de la ciudad.
La preparación llevó 10 meses. Se rebajó el terreno circundante para dejar a la vista los muros sobre los que se sustentaba. Paulatinamente se fueron sustituyendo por pilares hidráulicos, dejando entre ellos un espacio en el que los operarios pudieron trabajar para colocar una placa de cemento que se extendía por debajo hasta el nuevo emplazamiento, a 60 metros de distancia.
En la placa se instalaron raíles y sobre estos unos soportes especiales capaces de distribuir uniformemente el peso. Una vez colocados, los pilares hidráulicos descendieron sobre ellos y el edificio comenzó su lento traslado. Se necesitaron dos días para completar el viaje de 60 metros, a una velocidad media de 4 metros por hora.