Cuando en un hogar predominan los blancos y los negros, una nota de color destaca más de lo normal pero… ¿y cuando lo que predomina es el color? ¿Quién se atrevería a poner “una nota gris” entre tanta alegría?
Imagina que estás tranquilamente en tu casa. Casa que tienes decorada con todo lujo de colores. Conocidos y desconocidos. Destacan un sofá rojo, una cortina amarillo canario, una alfombra azul, las paredes pintadas de verde… Y ahí estás tú, viendo la tele con tu precioso pijama estampado en tonos turquesa y fucsia cuando, de repente, llegan dos señores y te plantan un jarrón blanco y un biombo negro a cada lado del salón.
Es posible que en un primer instante, te abrume la incredulidad: “Esto no está pasando”, piensas. Después, puede que te levantes del sofá y te acerques a los extraños elementos. Primero uno y luego el otro. Y puede, sólo puede, que poco después te parezca que eso del color se te había ido de las manos y busques cierto equilibrio a partir de entonces.
En una pequeña ciudad de Tailandia, se saturaron de tanto color. Se atrevieron a hacer algo totalmente inesperado. Huyendo de los típicos coloridos arquitectónicos tan reconocibles a lo largo y ancho del resto del país. Esa ciudad de valientes, lleva por nombre Chiang Rai. Una ciudad que hasta hace poco, era únicamente conocida por ser “el campamento base” de las rutas de trecking del norte y por su extraña clock tower, que todos los días a las siete en punto ofrece un espectáculo de luces y música con subida y bajada de péndulo incluido. Dicho así puede parecer bonito, pero el resultado del conjunto es de lo más excéntrico.
Entre templos de colores, budhas sentados, echados, reposados… entre dorados, brillantes y lentejuelas… Aparecen dos nuevas creaciones. Una a cada lado de la ciudad. Como si fueran el polo negativo y el positivo. El yin y el yan… El Templo Blanco y La Casa Negra.
Después de la incredulidad y los miedos que suscitan aquellas cosas que conllevan un mínimo riesgo, ahí están recién construidos y con algunos detalles todavía work in progress los dos edificios que empiezan a atraer a multitud de turistas. Turistas, que se quedaron atónitos delante de los templos del Palacio Real de Bangkok y se fueron saturando poco a poco después de visitar los cientos y cientos de templos-fotocopia que salpican todo el país. Estos turistas agradecen en Chiang Rai ver algo distinto.
El Templo Blanco se llama Wat Rong Khun y es obra de Chalermchai Kositpipat, un artista de reconocido prestigio en Tailandia, de esos que nunca has oído hablar y cuando investigas un poco, te culpas por ello. La estructura del mismo obliga a todo los visitantes “a pasar por el infierno”, representado por cientos de manos que quieren huir o arrastrarte hacia la oscuridad con ellas antes de llegar al cielo (donde se encuentra la zona de rezo).
El templo genera una especie de atracción y rechazo a partes iguales, dependiendo hacia donde mires. A la izquierda, un lago repleto de peces blancos. A la derecha, la cabeza de un dragón que escupe fuego. No puedes parar de mirarlo pero hay algo en él que te inquieta. Así es el templo blanco.
Sin terminar de saber si lo que has visto te ha gustado o no, te vas a la Casa Negra o Ban daam Museum de Thawan Duchanee. Otro conocido artista nacional que suele rondar por allí porque vive en la casa de al lado. No es mala idea. Si te pagan por número de visitas, tú mismo puedes controlarlas. Este señor es de esas personas a las que les encantan las pieles de animales, los cuernos y los bichos disecados por todas partes. No sólo le gustan los animales muertos, también le encantan los vivos, pero no le vale con un perro o un gato. Por el jardín campan a sus anchas caballos y cisnes negros y la estrella del complejo que te da la bienvenida desde su jaula: una serpiente que debe rondar los 15 metros de largo. Con este entorno te imaginas que el autor debe ser un satánico con el cuerpo cubierto de tatuajes… nada más lejos de la realidad. Un entrañable viejecito de enorme barba blanca, fanático de la paella y cuya presencia convierte al Templo Negro en un lugar donde, paradójicamente, te apetece pasar un rato. Está claro que las cosas no siempre son lo que parecen.
Templo Blanco y Casa Negra. Casa Negra y Templo Blanco. Rompiendo tópicos, fusionando tradición y modernidad y provocando desconcierto en todos los que los visitan. Pocos lugares siembran tantas dudas cuando los ves. Dos lugares en blanco y negro en un país lleno de color que sin embargo, sobresalen por encima del paisaje. No está tan mal eso de ser el rarito… sobre todo si “has nacido templo”.