¿Hacia dónde caminan nuestras ciudades?, ¿cuál es el papel de la arquitectura en esa adaptación a sus nuevos retos?, ¿y la del arquitecto? Preguntas con carga de profundidad planteadas en la jornada El futuro de las ciudades que, con motivo del primer Open House Madrid se celebró el pasado 23 de septiembre. Una mirada profesional que completa este festival de la arquitectura nacido hace 20 años en Londres y que abre al público algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad.
Regeneración es la palabra que mejor resume la primera ponencia de la jornada, impartida por José María Ezquiaga, arquitecto y urbanista, esta última disciplina en la que ha recibido el Premio Nacional. «Es un error formar en las escuelas de arquitectura para ‘hacer’ cuando va a ser más importante ‘rehacer'», explicaba a un auditorio a rebosar.
Ezquiaga considera que en las próximas décadas las megaciudades seguirán ganando población, mientras que las pequeñas tenderán a perderla. Un comportamiento que sobre todo se vivirá en Asia y los países de economías emergentes, ya que «en los países ricos el desarrollo de la gran ciudad será muy controlado». En su opinión la gran incógnita es cómo van a evolucionar las ciudades de tamaño mediano, donde identifica «grandes oportunidades».
Sin embargo el reto sobre el que alerta este experto es el de la dispersión territorial de la gran ciudad, «que contribuye al declive del centro, vaciándolo de funciones». Un proceso que ya se está combatiendo y para el que Ezquiaga propone «convertir la arquitectura en espacio público, y el espacio público en arquitectura», de forma que contribuya a «naturalizar» la ciudad, proponiendo una mejor armonía con la naturaleza capaz de favorecer el diálogo con los habitantes. Ejemplos de estas intervenciones son el High Line de Nueva York o Madrid Río. Precisamente sobre Madrid considera como asignaturas pendientes la reforma del Paseo del Prado, la gestión del tráfico y transportes en la almendra central y su naturalización.
¿Es Madrid una ciudad bella?
El arquitecto Rafael de la Hoz recogió el testigo de las intervenciones lanzando una provocadora pregunta a los asistentes: «¿Es Madrid una ciudad bella?». En su opinión, la respuesta depende de la capacidad de sus espacios para ofrecer calidad de vida a los ciudadanos. Aunque este galardonado arquitecto, autor de la primera edificación realizada en la Gran Vía madrileña en el siglo XXI, evitó pronunciarse sí que deslizó comentarios de alerta: «Madrid ha expulsado, no sólo a las empresas, también a la clase social más cualificada».
El también arquitecto Juan Herreros llamó la atención sobre el hecho de que «la construcción de vivienda no haya sido considerada como una infraestructura en sí misma, capaz de cambiar la vida en la ciudad o el barrio». Resaltando el papel de las azoteas como espacios de convivencia vecinal, aboga por un arquitecto que más que defenderse de las críticas trate de entender las necesidades y explique sus proyectos con capacidad de enamorar.
La participación ciudadana, fundamental
José María Echarte es además de arquitecto un influyente bloguero. Este afán por comunicar presidió parte de su parlamento, en el que defendió la obligación de «construir la ciudad junto a los ciudadanos. El arquitecto no es Gary Cooper en Solo ante el peligro, aunque en muchas ocasiones así lo pensemos». Echarte considera que el espacio público no necesita de instrucciones para su uso, idea que ilustró con la imagen de ese niño que pinta con tizas de colores sobre el pavimento del parque. Por eso hay que implicar a las personas en la transformación de la ciudad, como debe ocurrir en la remodelación de la Plaza de España y la rehabilitación del rascacielos que la preside.
Una opinión compartida por la entusiasta Belinda Tato, cofundadora del estudio Ecosistema Urbano. Sacar partido a las nuevas tecnologías en esta implicación activa del ciudadano es su propuesta, una opinión que no sólo hay que buscar para la gran obra, «en ocasiones las pequeñas intervenciones pueden generar grandes cambios, ayudando a las personas a ser más felices». Tato considera importante que el arquitecto aprenda a trabajar en red, «no es necesario que inventemos la rueda todos los días, la facilidad con la que se accede a la información hoy permite aprender de lo ya hecho».
Ese afán por la búsqueda de una arquitectura transformadora en las pequeñas cosas preside buena parte del trabajo de Teresa Sapey, influyente arquitecta e interiorista italiana afincada en España: «Nuestra profesión puede ser igualmente interesante contribuyendo a dar pequeños pasos, transformando los pasos de cebra, la iluminación o los contenedores de basura».
Martha Thorne, directora ejecutiva de los Premios Pritzker, sumó al debate el concepto de género en la ciudad: «La percepción de la seguridad de la mujer es en ocasiones diferente de la de los hombres cuando, por ejemplo, se desplaza por la ciudad». Por su parte, el peruano José Luis Torero apeló a la importancia de que el profesional sea consciente de la «estela» que sus obras producen, advirtiendo de la importancia de valores como el de seguridad.
«La ciudad es lo que queda más allá de la acción del arquitecto, es la interacción que su obra genera con el ciudadano», defendía el arquitecto y bloguero Edgar González, de nuevo en una intervención centrada en el empoderamiento que Internet y las redes sociales han dado al ciudadano. Un concepto, el de ciudadanía, que la arquitecta india Anupama Kundoo considera debe integrar a todas las capas de la sociedad; sobre construcción de bajo coste y mínimo impacto ambiental habló esta profesional que anima a que en la labor del arquitecto se distinga entre lo imprescindible y lo superfluo.