Miguel Ángel, periodista veterano y malagueño de adopción, apenas ha comenzado a disfrutar de lo que él llama su “sábado perfecto”: se ha levantado temprano para coger la bicicleta y recorrer los siete kilómetros que separan su casa del Parque Natural de los Montes de Málaga. “Quince minutos en bicicleta y, si eres un poco más vago, cinco minutos en coche. Sea como sea, no hay mejor lugar para empezar un fin de semana. Hoy me he pasado por el mirador del Cochino. Las vistas de Málaga son fantásticas, y también de las sierras de Alhaurín y Cártama. ¡Eso es la gloria! Y de vuelta, todo es bajada, atravesando el barrio de Ciudad Jardín. Ahora que viene lo fácil ya me acompañas, ¿no?”.
Jadea un poco todavía por el esfuerzo, pero está dispuesto a demostrarnos hasta qué punto conoce y le apasiona esta ciudad de vida callejera. Demasiado cielo azul, demasiado mar y demasiada gente con ganas de disfrutar de la vida como para quedarse en casa.
“Del monte a la playa, esa es mi ruta ideal, además es la mejor forma de entender la esencia de este lugar”. Tiene razón, la capital de la Costa del Sol está tan vinculada al interior como a la costa, de hecho la zona este, donde se sitúan los barrios con sabor mediterráneo de La Malagueta o Predegalejo, están encerrados en una franja con la montaña al norte y el mar al sur, como un ‘montadito malagueño’ rico rico, entre dos panes que son la envidia de España y mucha chicha en el centro.
Estamos de ruta con Miguel Ángel por el tramo de carril-bici que corre en paralelo al río Guadalmedina. “Este es el otro elemento que caracteriza la ciudad. El río, durante mucho tiempo, fue una especie de frontera entre el centro histórico al este y la zona industrial al oeste del cauce –con desparpajo lo compara con el Paseo de la Castellana, en algo se notan sus orígenes madrileños–: me gustan sus barrios modernos, pero la verdad es que prefiero recorrer el maravilloso caos de la zona antigua, que conserva el trazado irregular de la antigua medina andalusí”. Si no vives allí, no es tan fácil orientarse, pero ¿a quién le importa? Hay lugares en los que merece la pena perderse… y que no te encuentren (al menos por un rato).
Seguimos camino al corazón de la ciudad, un trayecto en el que se alternan antiguas casitas de pescadores con otras más amplias y ajardinadas construidas en el siglo XIX. Se nota el dinero de la burguesía que nació con la industrialización de la costa. Casas señoriales. La Málaga elegante y guapa de hace 120 años. Pero hay más contrastes: edificios con historia y modernos residenciales; asfalto y palmerales; tiendas familiares y centros comerciales… ¡De todo y variado!
Vida de barrio
Y claro, llegó el turismo. La Costa del Sol se hizo internacional y su capital creció a lo ancho (pasó de 300.000 a más de 500.000 habitantes) y a lo alto (hay que disfrutar de su skyline desde el mar). Pero eso no ha hecho que se pierda el sentimiento de comunidad que se respira en cada barriada. Todo lo contrario. Lo habitual es la charla con los amigos alegrada con un vino y una tapa. La vidilla de los barrios… “Es que Málaga no se puede entender de otra manera, es un pueblo grande con las ventajas de una ciudad”, insiste Miguel Ángel.
“Ya estamos llegando al mar. No hace falta verlo… Se respira sal y huele a pescaíto”, comenta nuestro guía. Es sábado y el sol luce con fuerza, así que la zona de la Malagueta y el puerto bulle de vida. “Desde aquí suelo seguir por el carril-bici que continúa por toda la costa hacia el sur, casi hasta la desembocadura de nuestro otro río, el Guadalhorce. Un vergel. Además, allí empiezan las playas más bajas y arenosas”
Pues no nos las podemos perder. Así que continuamos hasta la playa de La Carihuela. “¡Aquí se come impresionante! ¿Conoces Casa Juan? Aperitivo obligado”. Cierto, una buena manera de terminar un recorrido en bici: monte, río, barrios con historia y tradición, y mucho mar, claro. Málaga al completo. ¿Quién puede pedir más?
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