Las Rozas, en Madrid, se enorgullece de ser la única localidad española de más de 50.000 habitantes que no tiene ni un solo semáforo: en sus más importantes intersecciones urbanas han instalado rotondas para regular el tráfico. El pueblo Dos Hermanas (Sevilla), de 125.000 habitantes, comenzó hace unos años la misma reconversión circulatoria y hoy ha superado el centenar de glorietas.
Éstos son sólo dos ejemplos de una tendencia acentuada en España e importada de otros países, en los que las rotondas forman parte del paisaje urbano desde mucho antes. De hecho, la primera de la que se tiene noticias se construyó en el pueblo inglés de Lechtworth, en 1909, aunque sus motivos fueron más estéticos que prácticos, como se puede imaginar.
En el caso de nuestras ciudades cabría preguntarse qué se prioriza a la hora de planificar una glorieta, la solución circulatoria o la mejora estética del trazado. Y en eso precisamente radica el debate abierto por expertos en urbanismo y arquitectos.
«Las rotondas son una herramienta útil para regular el tráfico en intersecciones. Una solución elemental, redonda, sí, pero no la única –afirma el urbanista José María Ezquiaga–. Hay grandes vías, como la Castellana (Madrid), ordenadas por semáforos, que funcionan igual o mejor. Las glorietas funcionan cuando se adecuan en diseño y tamaño a la intensidad de la circulación que absorben. Muchas macro y microrrotondas crean más problemas de los que resuelven. Se ha abusado. Ha habido una moda. Daban sensación de modernidad y ha habido cierta fiebre de políticos y profesionales por poner rotondas en sus pueblos».
La afirmación parece ser corroborada por los hechos: ¿hasta qué punto es útil el diseño de la gran rotonda de Sanchinarro, en Madrid, con nada menos que 200 metros de diámetro en una zona de escaso tráfico rodado?
En otros casos, las limitadas dimensiones hacen de la reforma viaria un simple adorno urbano que se vuelve un embudo para los conductores. Y en el colmo de la complicación, también se trazan glorietas en las que su utilidad práctica desaparece cuando se llenan de semáforos.
A todo ello habría que sumar el mal uso que hacen muchos conductores de las rotondas, por desconocimiento o por desinterés, sobre todo en lo que respecta a la prioridad de paso y a la elección de los carriles.
Según datos de la Dirección General de Tráfico (DGT), en 2012 el 7% del total de accidentes con víctimas ocurridos en nuestros país tuvieron lugar en este tipo de intersecciones. “Y muchas veces la causa es que no ha habido estudios previos para su trazado”, asegura Alfonso Perona, de la Fundación Española para la Seguridad Vial.
Para reducir estos siniestros, urbanistas holandeses idearon las llamadas ‘turbo-glorietas’, que trazan el recorrido con marcas viales diferentes en el suelo para cada una de las salidas de la plaza.
El debate sobre las rotondas se centra, por tanto, en su utilidad real, en los beneficios que aporta, y en los inconvenientes. Carlos Lahoz, responsable de urbanismo del Colegio de Arquitectos de Madrid, resume algunos de ellos así: «Calman el tráfico, son punto de referencia, mejoran la legibilidad urbana y, la mayoría, funcionan”. Sin embargo, al mismo tiempo «inutilizan hectáreas de espacio en las mejores encrucijadas”, lo que puede hacer perder un suelo valioso para el mercado inmobiliario.
La conclusión, por tanto, parece obvia: solo un estudio previo riguroso y una planificación correcta puede convertir las rotondas en soluciones urbanas eficaces.
Y vosotros, ¿qué opináis de las rotondas?