Diferentes civilizaciones que no han tenido ninguna relación entre sí, han atribuido, o todavía lo hacen, propiedades especiales al ombligo. En occidente creemos que es donde se encuentra el centro de gravedad del cuerpo humano, para los japoneses es el Hara, para los chinos el Tan Tien y para los hindúes el segundo chakra, un vértice de energía donde se localizan el goce y la alegría.
En todos estos casos se le da a ese punto clave, que durante un tiempo nos sirvió como fuente de alimento un significado vital, tanto en el plano físico como en el espiritual y existen civilizaciones para las que el “ombligo” cobra importancia en ambos planos. Este es el caso de los Incas.
Los incas localizaron el ombligo de su mundo en la ciudad de Cuzco. Desde allí gestionaban la totalidad del imperio Tahuantinsuyo (4.500 km entre Ecuador, Colombia, Chile central y el norte de Argentina). Una enorme extension territorial que conseguían comunicar a través de un estudiado sistema de mensajería: los chasquis. Corredores que recorrían la red de más de 1.600 km de caminos para entregar mensajes u otros objetos. Una especie de predecesores de los servicios de Correos postales.
La carencia de escritura de esta civilización dificulta y hace aún más misteriosa la comprensión de una sociedad cuya desaparición como consecuencia de la época colonial, dejó muchas preguntas sin resolver. Es por eso que los descubrimientos arqueológicos cobran tanta importancia; son la única forma de tratar de comprender cómo se organizaban, en qué creían y, en definitiva, cómo vivían los hombres y mujeres andinos que encontraron los conquistadores.
Cuzco, como centro neurálgico del imperio es el lugar idóneo para empezar a zambullirse en la cultura inca y por muchos días de visitas ininterrumpidas por la ciudad de Cuzco y sus alrededores la sensación cuando uno se marcha es que el tiempo dedicado siempre ha sido inuficiente para conocer todos los monumentos arqueológicos y museos que tratan de dar respuesta a las numerosas preguntas que todavía hoy quedan por resolver.
Cuestiones en relación a sus conocimientos de arquitectura que demostraron levantando construcciones cautivadoras capaces de mantenerse de pie ante los movimientos sísmicos. Hechas de enormes piedras que encajan a la perfección sin una gota de argamasa como Machu Picchu, Saksaywaman, Coricancha, Piquilacta, Tambomachay y los templos que hay repartidos por toda la ciudad.
Preguntas sobre el desarrollo que alcanzaron en materia de agricultura, como puede verse en el laboratorio de terrazas de Moray donde aprovechaban las diferencias climáticas en cada una de las alturas para experimentar con las diferentes especies vegetales.
A todo esto se suman sus conocimientos sobre astrología y sus creencias panteístas. Para ellos la naturaleza, el Universo y Dios eran equivalentes. Adorababan a las montañas, a la Madre Tierra, a las grandes masas de agua, al Sol… y realizaban sacrificios para ellos. Algunos historiadores defienden que sacrificaban humanos y otros que eran únicamente de animales (por la tipología de los restos encontrados en los alrededores de los templos). En lo que sí coinciden, es en la gran conexión que existía entre estos hombres, las fuerzas de la Naturaleza y la propia Tierra.
Pasear por las calles de Cuzco significa teletrasnportarse a otra época. Es hacer un viaje en el espacio, pero también en el tiempo. Construcciones occidentales como la Catedral o la Iglesia de la Compañía se mezclan con templos de adoración al Sol. Los museos están repletos de obras en las que descubrir lo que significó el sincretismo o choque de dos culturas tan diferentes, con resultados tan curiosos como “últimas cenas” con cuy en lugar de cordero o personajes bíblicos que mastican hojas de coca.
En Cuzco se paran los relojes, los días pasan sin que te des cuenta y la cantidad de información a digerir es enorme. Quizás algún día obtengamos todas las respuestas a las preguntas que aún quedan por resolver sobre Cuzco y el imperio inca, y entonces… pero solo entonces, entendamos que no en vano fue considerado “el ombligo” del mundo.