1 de abril de 2009, la selección argentina de fútbol juega con todas sus estrellas un partido de clasificación para el mundial de Sudáfrica contra la de Bolivia. El encuentro tiene lugar en el estadio Hernando Siles a 3.077 metros sobre el nivel del mar. El resultado final es de 6 a 1 a favor de los bolivianos. La mayor victoria de Bolivia sobre Argentina y la mayor derrota histórica de los argentinos. Oyes que “el culpable” ha sido el mal de altura o soroche y tú, en la distancia, te preguntas si será para tanto. Cuando por fin vas a Bolivia, piensas que los argentinos podían haber perdido por más.
Bolivia, un país con varias ciudades entre los 3.000 y los 4.000 metros y una elevación máxima de 6.542 metros, te deja sin aliento cada vez que sales a dar un pequeño paseo. Lo peor, es cuando aparece delante de ti una de las mil cuestas que dominan casi todas sus ciudades.
Aunque en algunos momentos te sientes como si tuvieras 99 años porque no eres capaz de subir 20 escalones seguidos sin parar a tomar algo del poco oxígeno que te rodea, y a pesar de que varias mujeres bolivianas cargadas con la compra y algún hijo que otro a la espalda te han adelantado a toda velocidad… no lo llevas tan mal. Llevas varios días subiendo en altura poco a poco y de pueblo en pueblo hasta llegar a La Paz. Por eso, te mueves lento pero seguro. Aquí, donde ir a comprar el pan se puede considerar deporte extremo, miras a tu alrededor y ves que incluso algún boliviano se permite el lujo de correr por la calle porque se le escapa el mini bus que le lleva al trabajo.
Estás rodeado de superhéroes, llamas y alpacas. Seres de otro planeta que se manejan en la altura como si nada. Es en este momento cuando no tienes otra opción: mascar hojas de coca es una de las pocas soluciones que hay para poder combatir el soroche con cierta dignidad.
“A estas alturas”, y ahora que estás tan adaptado, ya te has cruzado con algún que otro turista de los que llegan en avión desde su ciudad de origen a 600 metros sobre el nivel, plantándose de golpe a 4.000 metros de altura. Tienen sólo un par de semanas de vacaciones y claro, quieren ver el Salar de Uyuni, Potosí, La Paz… quieren tomarse alguna cerveza que otra, una buena y copiosa cena y algún que otro treking. Quieren hacerlo todo y rápido. ¿El resultado?… Dolor de cabeza, vómitos, mareos… Unas vacaciones completas, vamos.
Una vez que dejas de pensar en el soroche, empiezas a fijarte en todo lo que hay a tu alrededor. Por fin disfrutas de todo lo que Bolivia puede ofrecerte. Grabas en tu disco duro mental todos y cada uno de los horizontes del altiplano con los que te encuentras. Tampoco le quitas el ojo de encima a las cholitas (esas mujeres con bombín, largas coletas y varias capas de ropas de colores que te llaman tanto la atención). Pruebas esos almuerzos de dos platos a base de sopa y pollo con arroz que te cuestan un euro y medio y recorres los mercados centrales un día sí y otro también, para hacerte con alguno de sus quesos artesanos.
Después de dos o tres semanas y a pesar de que estás aceptablemente integrado subiendo y bajando sin parar, sigues pensando que te falta algo. Te gusta lo que ves, lo que comes, lo que vives pero… sí, no hay duda… echas de menos “el oxígeno”. Ese oxígeno del que antes tenías barra libre y que aquí escasea tanto. Aunque Bolivia en sí es toda una experiencia y eso de vivir en las alturas también, te tienes que ir por donde has venido si quieres volver a jugar un partido de fútbol sin morir en el intento. Aunque sea de esos de solteros contra casados.