Poco tiene que ver a día de hoy Sant Antoni de Portmany (San Antonio Abad en Castellano) con el que era hace tan sólo un siglo. Aquel pueblo rural y pescador se ha convertido en uno de los principales focos turísticos del archipiélago balear y se ha transformado completamente para acoger a los visitantes que acuden atraídos por la belleza de sus playas y parajes naturales, su agradable clima mediterráneo, su animadísima vida nocturna y su ubicación estratégica para conocer el resto de la isla de Ibiza. San Antoni ha visto crecer exponencialmente su oferta hotelera y gastronómica, así como su población, actualmente de unos 23.000 habitantes, pero al mismo tiempo ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin perder su esencia marinera, folclore, artesanía y tradiciones.
A orillas de una inmensa bahía
El nombre de Sant Antoni de Portmany deriva de aquel con el que bautizaron los romanos a la localidad, Portus Magnus, impresionados por la amplitud de su bahía o puerto natural, el más grande de la isla. La playa de S’Arenal ofrece una panorámica privilegiada de la bahía en toda su inmensidad y, desde allí, se puede emprender una agradable caminata por el renovado paseo marítimo hasta la zona del muelle, el lugar indicado para parar a reponer fuerzas, ya sea en un tradicional bar de tapas, como el Tiburón, o en la terraza de alguno de los restaurantes que mejor se nutren de la lonja a diario, como S’Avaradero o Es Naùtic.
A la altura del ayuntamiento, el paseo entronca con el centro neurálgico de San Antoni. La avenida principal es el Passeig de ses fonts, llamada así por las numerosas fuentes que lo salpican, y desde ella se accede al enramado de las calles interiores, un laberinto por el que perderse para cogerle el pulso al pueblo, repleto de comercios tradicionales, tiendas de artesanía típica ibicenca, heladerías o restaurantes de cocina casera. La zona palpita durante los meses más calurosos, con su mercado artesanal, pintores y caricaturistas brocha en mano, música al aire libre y terrazas a rebosar.
Arena blanca y aguas cristalinas
Las decenas de playas que bordean la localidad son su principal atractivo y todas ellas pueden presumir de contar con buenos accesos y servicios. Las de A’Arenal, la de Es Reguero o la de Es Pouet, de poca profundidad y oleaje suave, son las más cercanas y por tanto, las más populares y abarrotadas. Por su parte, los locales se decantan por la tranquilidad de las calas pequeñas, algo más alejadas, de arenas más finas y claras, paisajes rocosos y aguas aturquesadas, tales como la Cala Salada, la Cala Gració o la Cala Gracioneta, a las que se llega en coche.
Arte milenario y espectaculares paisajes
Precisamente, desde la Cala Salada se accede a la cueva de ses Fontanelles. Un arqueólogo francés descubrió esta pintoresca formación a principios del siglo XX que alberga una colección de pinturas rupestres realizadas en la edad de Bronce, alrededor del año 1000 a. C. y que también se conoce como la cueva del Vino, ya que en su día albergó una bodega. El paseo, un tanto abrupto, toma algo menos de una hora, pero bien merece la pena sólo por las impresionantes vistas de los acantilados, la cala y la bahía.
Espectaculares puestas de sol
Pero si algo permanece en el recuerdo de aquel que visita San Antoni son las puestas de sol. El paseo de Ses Variedades es el más concurrido a última hora de la tarde y es que el regalo que la naturaleza ofrece a diario tiñendo de rojo y naranja el horizonte. Ya sea disfrutando una bebida desde la terraza de uno de los chill-outs, como el archiconocido Café del Mar o el Café Mambo, ya sea disfrutando de una cena de lujo en un restaurante o de un picoteo en un chiringuito a pie de mar, ya sea sentado en una de las rocas de la costa, entre faquires y malabaristas, el espectáculo nunca decepciona. Durante los meses de verano, además, el atardecer marca el pistoletazo de salida para una de las noches más frenéticas de toda la geografía española. Macrodiscotecas frente al mar como Ocean Beach Club o Es Paradis o locales míticos como Itaca o Ibiza rock mantienen sus puertas abiertas hasta que el sol vuelve a brillar.