Que hay lugares perdidos por el mundo, lo sabemos todos. Pero que hay sitios en los que te puedes perder… para encontrarte, no tantos. Vilcabamba, en plena sierra de Ecuador, es uno de ellos. Todo el que llega a este pequeño pueblo rodeado de montañas y selva, se queda. Por alguna razón, le llaman coloquialmente “Atrapabamba” y es que, en Vilcabamba, el pueblo con mayor índice de longevidad del mundo, parece no pasar el tiempo. Todo el mundo sin excepción, te da los buenos días y las buenas tardes… aunque llueva. Aunque después de varios días, el sol no se haya dignado a pasar por allí.
Al principio, haces lo que se supone que hay que hacer: visitar el Cerro, la cascada, Rumi Wilco… Con el paso de los días, acabas haciendo lo que realmente se hace en Atrapabamba: dejarse llevar.
Y acabas haciéndolo. Te dejas llevar por las calles que van y vienen. Así que tú, vas y vienes sin rumbo, sin objetivo, sin prisas. Las pequeñas cafeterías que con tan buen gusto decoran las esquinas, te atraen con su olor a café recién hecho. Hablar por hablar es un vicio y casi una obligación mientras observas a los recién llegados. “Pobres”… se piensan que se van mañana y no saben aun que se van a quedar uno o dos meses.
Entre café y café piensas que aunque es bastante fácil cruzarse con algún español viajando por América del Sur, aquí, y en sólo dos días, has conocido a toda una colonia que “vive agarrapatada” a los cimientos de la Catedral. Sin ganas de irse. Tenían una ruta que seguir en la cabeza que se ha visto cortada por este pueblo y sus gentes. No tienen fecha de salida. Venían de paso y el que menos, lleva seis meses por aquí de conversación en conversación. Se escaparon dejando atrás una vida gris donde la gente gris con su trabajo gris paseaba su cara gris por el metro y ahora, ahora tienen un hogar de colores, en un pueblo de colores con gente de colores que viste de colores.
La gente que sólo quería pasar por Vilcabamba, se queda para “ser” y no para “parecer”. Se queda para sentirse parte de algo. De una comunidad que acoge al de fuera con los brazos abiertos desde el primer segundo. Sin pedir nada a cambio. Nadie aparenta ser más de lo que es, ni es menos de lo que un día le dijeron que tenía que ser.
En Atrapabamba, tienes tu casa. Tu hogar. Con las pocas cosas que se necesitan para ser feliz. Con las pocas cosas que te hacen falta para despertarte por la mañana pensando que sí, que ya lo tienes todo, porque aquí no necesitas mucho. Un hogar con cuatro paredes y varios kilos de ilusión. Ilusión por hacer cada día lo que más te apetezca. Ni más ni menos.
Si algún día estás cerca de Vilcabamba, recuerda que tienes dos opciones: ir para quedarte, aunque no quieras, o pasar de largo para que este pueblo y sus gentes no te atrapen en sus redes llenas de sonrisas y plácidas palabras.