Piensa en un región que conozcas. Cualquiera. Visualízala. ¿Estás viendo un pueblo? ¿Un paisaje quizás? Tal vez recuerdes una calle, una playa, incluso un bar… Sitios, lugares, cosas… Pues cuando a alguien de Huelva le piden que imagine su tierra piensa en aromas, siente los sabores del jamón y las gambas, y la arena de la costa acariciando los pies, o escucha el canto que desde Almonte llega hasta el Rocío…
Huelva te entra por los sentidos y se queda ahí, porque las sensaciones profundas, las que te llegan al corazón y al alma, esas nunca te abandonan. Aquí las sensaciones vienen en avalancha y te llevan por delante. Oído, vista, olfato, gusto y tacto. Bien podrían ser las cinco comarcas en que se divide la provincia onubense, cada una con sus habitantes propios. Y ellos son los que mejor pueden explicar por qué es tan especial vivir formando parte de ellas.
El gusto. “A mí de aquí no me sacan ni con agua caliente”, dice tajante Pedro, que tiene un pequeño negocio de jamones y embutidos cerca de Alájar, en la sierra de la Aracena. “Es fácil de entender. Date una vuelta por esta sierra. Jabugo, Santa Ana, Fuenteheridos… Una cosa mala de bonito que es. Y luego entras en una taberna y pides unos taquitos de jamón… El mejor del mundo. Pero calla, que la cosa no queda ahí. Yo me cojo la furgoneta y me voy para la costa para hablar con clientes y llevarles los pedidos. Y a mí no me quita nadie tomarme luego mis gambitas en La Rábida o en Mazagón. ¿Y el choco? Cómo es posible que una cosa tan simple puede dar tanto juego. Y en frente, el mar. Para mí eso es la felicidad”.
El oído. Patricia es una periodista que de jovencita vino a hacer prácticas al Huelva Información y echó raíces. “Antepuse la calidad de vida a una carrera en Madrid. ¿Y sabes lo que me retuvo? Los sonidos. Primero, el de la gente. Ese ceceo maravilloso que tiene una gracia que no se puede aguantar. Después, el de las olas mientras leía en la playa de Punta Umbría.