Los edificios tienen alma. Tienen sueños, historias que contar o, al contrario, historias que ocultar. Están vivos como quienes los habitan y son testigo callado de guerras, amores, pactos políticos, nacimientos, creaciones y destrucciones… Los edificios tienen alma y nosotros les hemos mirado a los ojos.
El alma, el corazón, las entrañas… Más de 100 edificios de Madrid abrían sus puertas gracias a la iniciativa Open House Madrid, el festival de arquitectura y ciudad. Unos días para descubrir algunas de las mayores joyas arquitectónicas de la ciudad y sus secretos. ¿Nos acompañas?
La Catedral de las Comunicaciones
Tal vez sea uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad de Madrid, no sólo por ser hoy sede del Ayuntamiento de la ciudad, sino por marcar un antes y un después en el dibujo urbanístico de Madrid.
Dos siglos separan los dos grandes proyectos arquitectónicos que han marcado la vida e historia de este edificio, el que fuera Palacio de Telecomunicaciones, la sede de los servicios de Correos, Telégrafos y Teléfonos y hoy Palacio de Cibeles.
Un concurso para su construcción convocado en 1904, dos ganadores, los arquitectos Antonio Palacios y Joaquín Otamendi y un sueño: aunar tradición y modernidad, colocar a Madrid a la altura urbanística de ciudades como París o Londres, diseñar y construir un espacio monumental, rompedor y funcional.
El resultado 12 años después: 12.207 m2 construidos en piedra, hierro y cristal, que se inauguraron oficialmente el 14 de marzo de 1919.
Sobrecoge al entrar, al elevar la vista desde su patio central y descubrir los lucernarios que lo protegen, las columnas de hierro que lo sustentan, un claro guiño de Palacios a la torre Eiffel, los escudos esculpidos en sus paredes y vacíos, de los que se dice que el escultor, Ángel García Díaz, pretendía representar en ellos a las distintas provincias españolas… pero nunca pudo, no se conoce el porqué.
Niños y niñas… cada uno en su sitio
Pocos son los que conocen el auténtico origen de la hoy Casa Árabe, el edificio neo mudéjar de ladrillo rojo que, a uno de los lados del conocido parque del Retiro, nos espera en nuestro recorrido.
Algo no ha cambiado: este edificio, obra de Emilio Rodríguez Ayuso, coautor también de la antigua plaza de toros de Madrid, fue desde su creación un lugar de estudio. Hoy en día, el de la lengua, literatura y cultura árabe; hace más de 100 años, el de las matemáticas, la lengua castellana, las ciencias naturales…
Y es que la Casa Árabe nacía en 1886 para albergar las Escuelas Aguirre, una iniciativa del filántropo don Lucas Aguirre y Juárez, de su amor y también de su patrimonio económico que decidió donar a su muerte para la construcción de la institución.
Gimnasio, biblioteca, museo escolar, patio de recreo, sala de música y un observatorio meteorológico, en la torre de 37 metros que preside el edificio… Las Escuelas Aguirre fueron avanzadas para su tiempo aunque, lógicamente, no en todo: niños y niñas, tenían sus propias aulas, como mandaban los cánones de la época, e incluso sus propios patios, separado por el central Patio de Luces.
Poco queda de todo aquello… La remodelación en 2008 por parte del Ayuntamiento de Madrid cambió por completo su interior, adaptándolo a los nuevos tiempos y necesidades.
Eso sí… en el sótano del edificio, donde antes estaba la cocina y el comedor donde correteaban los niños, hoy sigue oliendo a comida. Un restaurante de comida libanesa ocupa el lugar, haciéndole así un guiño al paso del tiempo.
El espíritu vasco y un banco
La actual sede de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Comunidad de Madrid esconde otro secreto, esta vez el del poder económico.
El importante desarrollo económico que experimentó Madrid a principios del siglo XX y su carácter de capital de España hicieron que muchas entidades financieras quisieran tener su sede en esta ciudad. Uno de ellos fue el Banco de Bilbao y no pudo escoger para ello mejor lugar: el número 16 de la emblemática calle Alcalá, a un paso de la Puerta del Sol.
Así, donde hoy se trabaja por la conservación y cuidado del medio ambiente, durante años se movieron dinero, préstamos, pensiones…
Un edificio monumental de casi 18.000 m2, obra del arquitecto Ricardo Bastida que, como no podía ser de otro modo, era vasco, también como la entidad.
No necesitamos más explicación al observar los frescos del interior del edificio; 12 murales de 2 por 3 metros cada uno, obra del pintor Aurelio Arteta y que representan el ideal de la manera de ser vasca.
En conjunto se conocen como El esfuerzo, título de un poema del belga Emile Verhaeren, publicado en español en 1919 y que tuvo mucha influencia en el País Vasco.
También vasco fue el autor de otro de los elementos más representativos de este edificio: las cuadrigas que rematan los dos torreones de su fachada principal. Obra del bilbaíno Higinio Basterra (escultor premiado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1904), las 12 toneladas de bronce de cada cuadriga parecen volar sobre el edificio, dispuestas a continuar su camino, al trote de sus ocho caballos.
Libertad de enseñanza… al aire libre
Sin duda, llama la atención. Su estructura completamente metálica, apenas visible desde el Paseo General Martínez Campos, calle por la que paseamos ahora en el recorrido, hace que nos preguntemos qué hay ahí, qué esconden esas barras de acero y, cómo no, deseemos descubrirlo.
Hacerlo es descubrir también la historia de España, de su educación y cultura. Y es que, el edificio ante el que nos encontramos es la sede de la Fundación Giner de los Ríos, espíritu y legado desde 1916 desde la Institución Libre de Enseñanza (ILE).
La ILE fue fundada en 1876 por un grupo de catedráticos (entre los que se encontraban Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón), separados de la Universidad por defender la libertad de cátedra y negarse a ajustar sus enseñanzas a los dogmas oficiales en materia religiosa, política o moral.
Defendían una forma diferente de pensar y de enseñar, en la que la naturaleza, el contacto con ella y los espacios al aire libre era esenciales… Y el edificio de la Fundación es fiel reflejo de ello.
Innovador, transgresor en sus formas pero fiel al espíritu, el edificio que nos recibe, fruto del proceso de rehabilitación y ampliación de la sede iniciado en 2003, es una secuencia de pabellones, de volúmenes volcados al jardín a modo de aulario.
Aulas de vidrio y recubiertas de barras de acero galvanizado, suelos y techos de madera, luz a raudales… El nuevo edificio sigue, desde el punto de vista material, el ideario de la Institución: materiales durables y fáciles de mantener junto a detalles simples e, incluso, austeros.
Un diseño vanguardista con el que la Fundación sigue mirando al futuro… Igual que en su nacimiento.
Una estación fantasma
Llegamos a la última parada de este paseo… Última parada con los secretos esta vez del bajo suelo de la ciudad, la parada de metro de Chamberí.
La antigua estación de Chamberí pertenece a la primera Línea de Metro inaugurada en Madrid en 1919, que contaba con ocho estaciones: Cuatro Caminos, Ríos Rosas, Martínez Campos, (glorieta de Iglesia), Chamberí, Glorieta de Bilbao, Hospicio (Tribunal), Red de San Luis (Gran Vía) y Puerta del Sol.
Una estación que hoy no nos llevará ya a ninguna parte, lamentablemente, ya que se cerró al público definitivamente en 1966 cuando la Compañía Metropolitana decidió aumentar la longitud de los trenes y descubrió que era imposible alargar esta estación para que pudieran seguir circulando por ella.
En la estación, obra de nuevo del arquitecto Antonio Palacios, aún es posible ver la taquilla donde validar los billetes (que se pagaban por tramos de recorrido y costaban entre 0,15 y 0,50 pesetas); la cabina del jefe de estación; la escalera de madera; el hueco para dejar los botijos los empleados del metro… y los anuncios de la época, verdaderas obras de arte, hechas en cerámica, de colores vivos, mensajes algo ingenuos si los comparamos con los de hoy y llamadas a comprar aguas medicinales, café, relojes o cementos…