La iluminación pública absorbe el 19% del consumo energético mundial. La cifra es colosal, pero resulta demasiado abstracta. Expongamos un dato más local: según un estudio de la Universidad Complutense, alumbrar las ciudades españolas supone un gasto de unos mil millones de euros anuales. Además, producir esta electricidad supone lanzar a la atmósfera cientos de toneladas de CO2.
No podemos mantener este ritmo frenético de consumo, más aún sabiendo que los habitantes de las ciudades siguen aumentando. La ONU estima que, para 2050, dos terceras partes de la población mundial residirá en zonas urbanas. Por tanto, los municipios se enfrentan al desafío de reducir una factura ya insoportable.
La única alternativa sostenible nos la ofrece la tecnología. La iluminación LED ha supuesto una revolución energética al reducir en un 30% el consumo de las lámparas fluorescentes y en un 90% el de las incandescentes. Todas las ciudades europeas avanzan a marchas forzadas en la implementación de estas luminarias.
Sin embargo, esto no basta. El verdadero ahorro solo puede lograrse si esta tecnología se combina con métodos de gestión automatizada que controlen el tiempo y la intensidad de la iluminación en todas las zonas de la ciudad. De poco sirve poner en casa lámparas LED si nos dejamos las luces encendidas con las habitaciones vacías.
Conectividad. Esa es la palabra clave en el desarrollo de sistemas inteligentes que ya forman parte de la gran red que, en pocos años, organizará por completo las smart cities. Por ejemplo, desde 2013, el Plan Director de Iluminación de Barcelona está rediseñando de forma paulatina los criterios de alumbrado de la ciudad según distintos parámetros, como la temperatura del color, los niveles, los contrastes y la gestión operacional.
Es un plan estratégico similar al que están siguiendo otras localidades como Palencia o Rotterdam. Cada punto LED está conectado a la red de datos, gestionada por un software y controlada a distancia, de tal manera que, según las necesidades, se puede establecer el tiempo de encendido y apagado, aumentar o reducir la intensidad e incluso cambiar el tono de la luz.
De esa forma se consiguen tres objetivos:
- Ajustar el gasto a la demanda real en cada zona o en cada calle (máxima eficiencia energética). Por ejemplo, se puede reducir la intensidad durante la madrugada en áreas concretas poco transitadas e incrementarla los fines de semana.
- La luz blanca de las luminarias LED proporciona más campo de visión y, por tanto, más comodidad y seguridad al viandante, sin las peligrosas áreas de penumbra.
- Un alumbrado inteligente también permite personalizar las calles, los edificios y los monumentos utilizando el color, los efectos dinámicos y los diseños virtuales. Un aporte estético que, además, puede ser un interesante reclamo turístico.
Al mismo tiempo se están estudiando otros modelos económicos que favorezcan la sostenibilidad energética, como el acceso de los usuarios a la red eléctrica desde el móvil para, por ejemplo, encender las luminarias de una calle poco transitada solo cuando sea necesario, apagándose automáticamente al cabo de unos minutos.
Imagen destacada @Martin Garrido, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0.