Los habitantes de las grandes ciudades siempre añoran el campo. Un lugar donde escaparse. Hasta los más empedernidos urbanitas necesitan de vez en cuando salir de la ciudad para disfrutar de espacio, para oler a verde y a tierra y, sobre todo, para romper con la rutina del asfalto. Madrid no es una excepción y, a la vez, es un caso único porque pocas metrópolis como ésta tienen a mano una escapada natural tan deslumbrante como la sierra y el entorno de Ávila.
Basta media hora en coche para pasear por el corazón del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, 30.000 hectáreas de naturaleza salvaje poblada de bosques de pinos, robledales y encinares, de lagunas y ríos alimentados por el deshielo, de monte bajo florido que alterna sus colores vivos con el gris del abundante granito que también impone su formidable presencia.
Todo el paisaje parece diseñado para el esparcimiento tranquilo y para los aficionados al senderismo y la bicicleta. Desde los picos de Navacerrada y Canencia, hasta los valles que se abren en el descenso hacia Collado Villalba, decenas de rutas invitan a aventurarse en el entorno: los senderos que rodean las lagunas de Peñalara, las Rutas del Agua, el Camino Schmidt, la Ruta a la peña del Arcipreste de Hita… O los caminos del Bosque de la Herrería, desde el que se aprecian las vistas más espectaculares del Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
No hay duda de que Felipe II supo elegir la mejor ubicación para su residencia monumental, que hizo de esa localidad el centro neurálgico de toda la Sierra de Madrid. El monasterio lo acapara casi todo, ensombreciendo otras joyas como el Real Coliseo de Carlos III (uno de los teatros más antiguos de España). Además, la extensa oferta residencial y de servicios de El Escorial lo hace aún más atractivo.
Como se ve, la naturaleza no es el único reclamo para los afortunados que cuentan con una casa en la zona o para quienes sueñan con tener una. Son muchas las poblaciones serranas que se han convertido en oportunidades de escapada para los madrileños, como Cercedilla, Rascafría, Guadarrama o Alpedrete, esta última una de las más interesantes por ser de las mejor comunicadas con la capital y punto de acceso a toda la sierra. De sus canteras se extrajo el granito con el que se construyó el Monasterio del Escorial o el Palacio de Oriente.
No muy lejos (25 minutos en coche hacia el oeste) aparece el entorno rural de Ávila casi como una prolongación natural de la sierra madrileña, con otra imponente fachada montañosa: la sierra de Gredos. La naturaleza de nuevo se mezcla aquí con el monumento y las poblaciones con encanto.
Castillos, puentes centenarios e iglesias medievales componen también el panorama que caracteriza a enclaves importantes como Arenas de San Pedro, Mombeltrán y el Barco de Ávila. Aunque es en los pueblos pequeños donde se percibe con más intensidad lo grandioso del paisaje.
Pueblos como Bohoyo (apenas 400 habitantes), una atalaya desde la que mirar Gredos, lugar de partida de senderistas y punto de llegada de quienes disfrutan de la banda sonora del viento en los bosques y el rumor del agua.
Desde esas estribaciones montañosas, la geografía se suaviza hasta llegar a los alrededores de Ávila. Allí se puede vivir la historia castellana (el castillo de Magalia, el de Villaviciosa, el Castro de Ulaca…) en un delicioso ambiente rural donde se combinan las llanuras tapizadas de cereales y los encinares.
Paz. Ese es el principal atributo de poblaciones como Maello, a 20 minutos de las murallas de Ávila, dedicada aún a sacar lo mejor de la tierra y, por qué no, a servir como refugio de quienes intentan cambiar el ritmo de la rutina urbana. Desde lugares como este, Madrid, que está al lado, parece muy muy lejos.
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