Qué bonita es Cádiz por la tarde
cuando miro al solecito
que se viene pal fresquito con la marea
y en su caminito mientras baja
coge y pinta de naranja mis azoteas.
¿Algún poeta en la sala que supere la emoción con la que las comparsas hablan de Cádiz? Difícil. Es que esto lo da la tierra. Por eso su Carnaval es único. Pura alegría de vivir que se canta en sus chirigotas y pasadobles, y que se baila en las calles antes de comenzar la Cuaresma. ¿Pero cómo no van a hacer fiesta a la menor oportunidad si tienen tanto que celebrar?
“Esta tierra es un regalo del cielo. Lo tenemos todo. ¿Acaso has visto algún gaditano triste? Pues eso”, dice una señora de edad con un disfraz de lo más carnavalero. No es mal resumen de lo que significa ser de Cádiz, en el más amplio de los sentidos. De la Tacita de Plata a la sierra de Grazalema; del Campo de Gibraltar a las playas de Chipiona. Sol, color y vida por los cuatro costados.
Pero hay que ser más precisos en la descripción. Así que utilicemos palabras clave que condensen sensaciones. Una ya ha salido: carnaval. ¿Y qué tal estas otras?
- El que desde poniente o levante agita con fuerza el Atlántico, arrastra los aromas marineros, mece los bosques de pino y hace de Tarifa la meca del windsurf (y de cierta bohemia hippie y cosmopolita).
África. El vecino Continente se respira desde a Costa de Cádiz. Un ferry acorta la distancia que existe entre dos dimensiones tan distintas y a la vez tan iguales.
Atún. Un símbolo, un manjar, magia en las manos adecuadas cuando se consigue una buena pieza en las almadrabas y se le da el punto exacto en la brasa o en la cazuela, como ocurre en el Campero, el templo del atún en Barbate. “Por aquí este pescado es el rey –afirma uno de los cocineros de ese restaurante–, pero la gastronomía gaditana es mucho más rica y variada”. Y tanto: las alcachofas y las calabazas de Rota, las papas aliñás, las coquinas y las almejas, los revueltos y las sopas marineras, las frituras…
- Nos ponemos en manos del propietario de una tienda de caldos en la capital: “Te hago un recorrido y juzgas por ti mismo. Un oloroso de Jerez, un fino del Puerto de Santamaría, una manzanilla de Sanlúcar y un blanco de Chiclana. Con alguna tapa, eso sí, porque si no, no llegas al final”.
- No se puede decir mucho más de lo que se repite cuando se intenta describir su costa: un sueño hecho de arena fina y dunas voluptuosas, de luz infinita y azules intensos. Donde si quieres puedes sentirte un ser único en el mundo (Conil, Caños de Meca…) o formar parte de una fiesta familiar entre chiringuitos (Rota, Chipiona…).
- Su estampa también es un símbolo. Al verlos enjaezados en la Feria de Jerez y cabalgando por la playa de Sanlúcar de Barrameda en una marco que encuadra cualquier atardecer en las tardes de verano, uno se da cuenta de que no son solo espectáculo; son cultura.
- Larga, muy larga y rica. No hace falta remontarse muchos siglos para hablar de romanos, fenicios y árabes, de conquistadores y conquistados. Resumamos el protagonismo de estas tierras en la historia de nuestro país con dos fechas: 1805, la batalla de Trafalgar, frente al faro de Caños de Meca, hoy un lugar para olvidarte del mundo; y 1812, claro, cuando una Constitución hizo gritar a todo un pueblo “¡Que viva la Pepa!”
Quillo. Diminutivo de chiquillo. Hay que decirlo arrastrando las sílabas. Te sirve para todo: como bienvenida, como invitación, como señal de compadreo y declaración de amistad. El quillo siempre sale del alma, y es cálido y cercano. Como las gentes de Cádiz. Vente al carnaval y lo compruebas…