Acordarnos de los que ya no están, rendirles homenaje e, incluso, celebrar una fiesta en su honor. Y es que el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, traspasa fronteras.
Es, sin duda, uno de los recuerdos que todos tenemos de nuestra infancia. En la mayoría de las familias de nuestro país, el Día de Todos los Santos está señalado, desde siempre, con un ramo de flores, una visita al cementerio, un homenaje y un recuerdo especial a aquéllos que se fueron.
Una fiesta religiosa de la que, para entender su origen, hay que remontarse muchos años atrás para descubrir que, en sus primeras manifestaciones, se hacía para honrar a los mártires, algo que, poco a poco, se extendió al resto de mortales y a prácticamente cualquier punto del planeta; eso sí, con tradiciones y costumbres muy diferentes.
Por ejemplo, en Japón, donde esta festividad se alarga hasta 3 días y varía en sus fechas según el calendario que se utilice (solar o lunar) o la región japonesa de la que se trate. El O-bon, que es como allí se conoce esta celebración, a diferencia de nuestro Día de Todos los Santos, es una fiesta alegre, ya que los japoneses creen que en estos días los difuntos vuelven del más allá para volver a reunirse con sus familiares y amigos.
Una ocasión en la que reír, celebrar, reunirse todos a comer… Una fiesta de reencuentro marcada por los farolillos de papel encendidos para guiar a los difuntos hasta sus casas.
Una vaca es la que hace esta labor de guía de los que ya no están en Nepal, un país donde nuestro Día de Todos los Santos no se celebra en noviembre sino en el mes de Bhadra, en verano.
En el Gai Jatra, como se conoce allí esta festividad, las familias que han perdido a un miembro durante el año anterior construyen una gai (vaca) de ramas de bambú, tela y papel decorado, colocan en ella el retrato del fallecido y se lanzan a la calle, en procesión, a mostrar este pequeño altar casero.
Las flores y las ofrendas también son las protagonistas del Día de Difuntos en México, ofrendas para dar la bienvenida a aquellos que se fueron al más allá y que vuelven en estos días. En todas las casas se coloca su comida y bebida favoritas, calaveras de dulce o incluso juguetes, si se trataba de un niño.
Tampoco pueden faltar las velas, para que encuentren el camino de vuelta, y las flores de cempasúchil, de color amarillo, el color de la muerte para los mejicanos.
En Nicaragua la fiesta se desplaza al cementerio, donde los vivos van a pasar la noche junto a sus seres queridos que ya han fallecido; en China, es el día de “barrer tumbas”, salir a los parques a bailar y a volar cometas; en Nigeria, hombres totalmente disfrazados y con máscaras representan a los ancestros a los que honrar…
Y cómo no, Estados Unidos y su mediática celebración: “Halloween”, una fiesta en la que los niños se disfrazan y pasean por la calle pidiendo dulces de puerta en puerta con su ya famoso “truco o trato”.
Aquí no hay altares ni ofrenda… En EE.UU. es noche de disfraces de terror, películas e historias de miedo, visitas a casas encantadas… No obstante, hay que decir que es una fiesta de origen celta exportada a EE.UU. por inmigrantes alrededor de 1846. Hasta ese momento, los poblados celtas ensuciaban sus casas y las decoraban con huesos, calaveras y elementos desagradables para que los muertos, asustados, pasaran de largo por delante de sus viviendas.
Una tradición y mil rituales distintos pero con un vínculo común: el más allá y nuestros muertos.