Hagamos un viaje imaginario relámpago por el mar Mediterráneo. No hay distancias, todo está al lado (y todo está pagado, un todo incluido). Así que nos podemos volver locos mojándonos los pies junto a desiertos fantásticos hasta hartarnos de sol y arena; perdernos en pueblos blancos, aguas turquesas y música hasta el amanecer; un rato para cultivar el alma (en esta parte del mundo sobra cultura) y para cultivar el paladar (gloria a la cocina mediterránea). Y cansados de playas abiertas, nos pasamos por calitas de piedras, de esas que huelen a pino y donde el cuerpo te pide un arrocito marinero (es que un buen plato no puede faltar nunca si quieres disfrutar de la vida).
¿Demasiado viaje? Bueno, solo lo estábamos imaginando, pero que sepas que apenas nos hemos movido. Sí, sí, todo eso en apenas dos horas y media de viaje, lo que abarca de punta a punta la costa de Almería. ¿Lo dudas? Pues no deberías porque es fácil de demostrar. Comencemos por el norte. Punto de partida: San Juan de los Terreros. Paisaje volcánico y playas maravillosas. Un tesoro desconocido hasta no hace mucho para el turismo y que ya nos da pistas de lo que nos vamos a encontrar después.
No nos detenemos mucho. Siguiente parada de camino al sur: Mojácar. Aquí no hay sorpresas. Todo el mundo conoce su perfil blanco que deslumbra. Obligatorias las gafas de sol y las ganas de mar. Y por la noche… ¿Quién dijo que Nueva York era la ciudad que nunca duerme? Fuera quien fuera, no conocía Mojácar. Para empezar unos mojitos y buena música en el Maui Beach, luego te pasas un rato por el Lua o el Moma y terminas el non-stop experience en el Mandala, ¡si, a pie de playa!
Proseguimos por un paisaje lunar. El desierto se pinta de rojo durante unos atardeceres que aquí parecen durar horas. O al menos, eso es lo que desearías para disfrutar más del espectáculo. Kilómetros de desierto chocando con el mar. Pero hablamos solo del paisaje, porque aquí las gentes son cualquier cosa menos secas. Que nadie se olvide que estamos en Andalucía. Así que se nota que el clima y los corazones son siempre cálidos. Ni se conoce la palabra forastero. Lógico, porque en cuanto llegas ya parece que eres uno más.
Las tabernas huelen a vino y suenan a charla y a fichas de dominó golpeando las mesas. Todos dispuestos a ser los siguientes en invitar. “¿Has probado el potaje de la tierra? ¡Jefe, ponga una de potaje!”, apremia un improvisado guía mientras se come unas gambas rojas de muerte en uno de los chiringuitos más populares de la zona, el J. Mariano de Carboneras. “Y luego bajas la comida dando un paseo por la playa de los Muertos, la mejor del mundo. Y está aquí al lado”.
Ya estamos en el Parque Natural del Cabo de Gata, donde la belleza de sus calas pedregosas y sus acantilados abruptos son solo una pequeña muestra de lo que guarda tierra adentro (saladares, llanuras, albuferas…) y también bajo el mar. Si se hiciera un concurso entre los destinos preferidos en Europa de los aficionados al buceo, las praderas submarinas del Cabo de Gata disputarían el primer puesto a cualquiera.
Siguiente parada en San José para reponer fuerzas. Bueno, cualquier excusa vale para estar un rato más en la zona. Lo mismo piensan los miles de turistas que tienen como destino privilegiado este pueblo (blanco como todos) impregnado de salitre y del aroma a mojama.
No nos queda mucho. Atravesamos la capital y llegamos a Roquetas de Mar. Calidad de vida, calidad de gente… “y una marcha que no se puede aguantar”, asegura uno de los camareros del chiringuito Nido-Playa, centro de reunión de jóvenes playeros en esta localidad.
Asunto espinoso este: ¿mejor marcha en Roquetas o en Mojácar? Una disputa entre vecinos de uno y otro pueblo que se resuelve fácil… No elijas y no te pierdas ninguna. Ya tenemos ruta por Mojácar, así que ahora toca la de Roquetas: comida o cena en chiringuitos como el Nido-Playa, la Estampa Bar o el Ancla; unos primeros tragos en la zona del puerto de Aguadulce y culminar la fiesta en el Bribón de la Habana. Intenso y divertido.
Desde esta parte de la costa de nuevo se abren las playas, se hacen anchas y arenosas hasta llegar a la Adra. Final del viaje. ¿Qué son dos horas y media si el recorrido es tan intenso y bonito como este? Y se han pasado en un suspiro. Ves, todo el Mediterráneo está en Almería. ¿Cómo te lo vas a perder?
Imagen destacada @kyezitri, distribuida con licencia Creative Commons By-2.0