En la capital siguen en pie unas 400 corralas, según datos del Ayuntamiento de Madrid, que se esconden tras estrechos portales de edificios ya históricos. Cuando se traspasan, el visitante encuentra siempre la misma estructura: un patio central al que dan las entradas de las viviendas –el punto de reunión tradicional de los vecinos–, coronado en cada planta con los pasillos exteriores por los que se llega a los pisos.
Las primeras, se levantaron en el siglo XVI, cuando Felipe II hizo de Madrid su villa y corte. Ante los problemas de espacio en las áreas más próximas a las residencias reales y administrativas (los actuales barrios de Lavapiés, La Latina, Embajadores…), sus arquitectos idearon estas construcciones para concentrar las viviendas y la actividad comercial de los ciudadanos, ya que los bajos se solían utilizar como tiendas y almacenes, y los patios, como improvisados corrales.
“Desde que era estudiante de Arquitectura estaba encaprichada con comprarme un piso en una corrala y arreglarlo a mi manera. Lo conseguí el año pasado, en un edificio de 1840, en Lavapiés, y sólo por 90.000 euros”. Mónica Lombana (32 años) está encantada con su vivienda, a la que hizo unas cuantas reformas para aprovechar al máximo el escaso espacio útil.
Sus vecinos, muchos jóvenes como ella y la mayoría alquilados, han visto en estas construcciones centenarias, tan típicas de Madrid, un lugar con encanto para vivir en el centro a precios muy razonables. “Pero también hay mucha gente mayor que lleva aquí toda la vida –continúa Mónica–. Y lo mejor es que ya todos nos conocemos y nos echamos una mano. Pura vida de barrio, como era antes”.
Transformación con encanto histórico
En las últimas décadas, la antigüedad y el abandono habían convertido estos apartamentos de entre 20 y 40 metros cuadrados en viviendas donde seguían residiendo un gran número de familias con escasos recursos. Esa fue probablemente la razón de que la mayoría de las corralas no fueran demolidas, según sostiene Ricardo Aroca, ex decano del Colegio de Arquitectos de Madrid.
En los años 80, el Ayuntamiento optó por la rehabilitación de algunas de ellas para destinarlas a alquileres sociales. En otros casos, fueron los propios vecinos los que obtuvieron ayudas y subvenciones con las que emprender las reformas imprescindibles, equipando las viviendas con cuartos de baño particulares –antes había uno comunal en cada planta–, para ganar espacio –aunque fuera unos metros– y sustituyendo las viejas estructuras de madera por ladrillo y metal.
La auténtica transformación tardaría unos años más, cuando comenzaron a llegar jóvenes propietarios e inquilinos que buscaban alternativas a la dificultad de acceder a su primera vivienda. Las corralas ofrecían características atractivas: céntricas, asequibles y con renovadas posibilidades de uso gracias a las nuevas soluciones arquitectónicas y de decoración.
La creciente demanda ha hecho que constructoras e inmobiliarias se interesen cada vez más por ellas, al tiempo que los antiguos propietarios han tomado conciencia de la revalorización de sus inmuebles. Por ello, se han ido introduciendo paulatinamente otras mejoras (fachadas, techos, habilitación de espacios comunes, materiales de calidad…) y se han creado propuestas de interiorismo para hacer más útiles los pocos metros cuadrados con los que cuentan.
“Mi corrala es una de las que están mejor reformadas, pero esta es la tendencia, porque la gente joven, sobre todo en estos tiempos de crisis, está llegando para quedarse. Aquí tienen un buen lugar para vivir. Pequeñitos, sí, pero espacios bien aprovechados, coquetos, baratos y con mucha vida”, afirma Mónica Lombana.
Son tan atractivas e históricas que la Oficina de Turismo de Madrid ha incorporado a su programa de visitas guiadas un recorrido por algunas de las corralas más representativas de la ciudad. Entre ellas, dos declaradas bienes de interés cultural: la de la calle Mesón de Paredes 79 y la actual sede del Centro Cultural La Corrala, en la calle Carlos Arniches, cerca del Rastro.
Imagen: Museo de Artes y Tradiciones Populares UAM