El horario de invierno implica días cortos, noches largas, salir del trabajo bajo la luz de las farolas… En cambio, cuando llega el horario de verano los días son más largos, sales de trabajar de día y el estado anímico de muchas personas mejora. Estos cambios son estipulados por los organismos europeos ya que los ven necesarios para ahorrar energía. En efecto, es la UE la que establece esa variación cada seis meses: el último domingo de octubre se retrasan los relojes y el último de marzo, se adelantan.
La razón siempre ha sido reducir el gasto energético, durante la I Guerra Mundial se aplicó por primera vez la medida para disminuir el consumo de carbón. Fue una solución excepcional que se retomó tras la crisis del petróleo de 1973 para aprovechar toda la luz natural y menos la artificial. La idea se convirtió en directiva europea en 1981.
Según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), el cambio horario supone en España un 5% anual de ahorro energético. Hablamos de 300 millones de euros, de los que 90 millones corresponden al consumo doméstico: una media de seis euros por hogar.
El impacto también es positivo, según el IDAE, en la seguridad vial, el transporte, las comunicaciones, el turismo y el ocio. Además, la OCU asegura que rebaja la contaminación ambiental, con lo que también se suma el efecto saludable.
Sin embargo, cada vez son más los que ponen en duda esos beneficios. Georgios Tragopoulos, técnico de Eficiencia Energética de la organización WWF, denuncia que “la única razón por la que se mantiene el cambio de hora es la inercia y solo sirve para distraer de políticas más serias”.
Estos son los argumentos de los detractores:
- Lo que no se consume por la tarde se consume a primera hora del día. Matthew Kotchen, economista de la Universidad de California, ha realizado un estudio que demuestra que el ahorro por aprovechar la luz natural desde el amanecer se compensa con el mayor gasto que supone encender antes la calefacción en invierno, ya que cuando llegamos a casa es de noche y la temperatura es más baja. Por el contrario, en verano, con los días más largos, se consume más aire acondicionado al recibir durante más tiempo el calor del sol.
- Para los comercios o las empresas que desarrollan su actividad sobre todo a partir de la tarde, supone incluso un mayor gasto, ya que no pueden adelantar la hora de apertura y anochece antes. Es decir, más luz artificial y calefacción.
- Se altera el biorritmo de las personas, lo que repercute en su productividad. En un estudio nacional realizado en Estados Unidos se comprobó que el horario de verano reduce el sedentarismo. ¿Y en invierno? Till Roenneberg, cronobiólogo de la Universidad Ludwig-Maximilians de Munich (Alemania), afirma que nuestro reloj biológico circadiano se rige por la luz y la oscuridad, no por las horas, y apunta que “la consecuencia de ese cambio artificial es que la mayoría de la población disminuye drásticamente la productividad, disminuye también la calidad de vida, aumenta el riesgo de enfermedades y uno siempre se encuentra cansado”.
Ignacio Buqueras, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles, tampoco considera efectivo el cambio de hora, partiendo de la base de que por nuestra situación geográfica nos correspondería tener en la Península el mismo horario que en Canarias, Gran Bretaña o Portugal. “El ahorro sería mayor si cambiáramos ciertos hábitos, como el café de media mañana o las comidas prolongadas, que alargan la jornada laboral”. Y añade que, las empresas que optan por horarios racionales hasta las 5 de la tarde, “logran tres cosas: aumentar la productividad, facilitar la conciliación de la vida laboral y personal del trabajador y, por último, reducir gastos, entre ellos, los energéticos».
Imagen @JánosBalázs, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0