“Convertida en símbolo mundial de la rehabilitación urbanística, Bilbao era una ciudad periférica e industrial que a finales de 1990 se encontraba con una aguda crisis social y económica. Sin embargo, en menos de una década se transformó en una ciudad global, famosa por su actividad cultural, su calidad de vida y su entorno urbano, que apostó por el capital intangible, el conocimiento y el funcionamiento eficaz de leyes e instituciones”. Esta descripción fue publicada en un amplio reportaje del diario New York Times, que ponía nombre a este cambio espectacular: el ‘efecto Bilbao’.
Basta un paseo a lo largo de la ría del Nervión para comprender la profundidad de ese efecto en el paisaje urbano pero, desde la distancia, se pueden señalar cuatro claves que explican las razones de que haya sido elegida como la Mejor Ciudad Europea del 2018 en el marco de los premios ‘The Urbanism Adwards’, galardones que otorga anualmente The Academy Urbanism.
Movilidad limpia y accesible
La modernización de Bilbao no se entiende sin su proyecto de movilidad sostenible. En primer lugar, pensando en el peatón: es posible recorrer la ciudad a pie en 45 minutos utilizando vías sin vehículos que en muchos tramos corren paralelas a los carriles-bici. Autobuses cero emisiones, las líneas de tranvías y los más de 50 kilómetros de la vanguardista red de metro (declarada también como la más limpia de Europa) completan una oferta que está logrando reducir drásticamente la afluencia de tráfico en la almendra central.
Una nueva arquitectura
Ha hecho falta una gran inversión y mucho talento creativo para construir una imagen diferente de Bilbao. Si quieres cambiar de estilo, hay que tirar lo inútil, rehabilitar lo atemporal y buscar a los mejores diseñadores para los nuevos proyectos: Santiago Calatrava (aeropuerto de Bilbao), Norman Foster (las estaciones del metro), Philippe Starck (rehabilitación del edificio La Alhóndiga), Arata Isozaki (las torres Isozaki Atea), César Pelli (Torre Iberdrola), Rafael Moneo (Biblioteca de la Universidad de Deusto) o, por supuesto, Frank Gehry (Guggenheim). Cada una de sus obras hoy son un símbolo vanguardista de la ciudad.
Amplia reurbanización
No ha habido un barrio que no haya sido sometido a una profunda cirugía urbana. Por ejemplo, la eliminación de algunas líneas de ferrocarril y el soterramiento de otras dio origen a la Avenida del Ferrocarril, entre los barrios de Basurto y Rekalde. Se cambiaron las vías por zonas verdes. También en esa misma área del barrio de Amézola se incluyeron otros elementos transformadores: la estación y el original ascensor que une ese barrio con el de Irala.
El barrio de Indautxu, acercándonos a la ría de Nervión y a la zona de Abandoibarra, ha sido sometido a una elegante rehabilitación para configurar en ese área el concepto de ‘nuevo Bilbao’. La transformación del área de la ría se ha extendido de manera natural hacia el Ensanche, abriendo más espacios para el esparcimiento, como la ampliación del parque de doña Casilda, y acometiendo uno de los proyectos más ambiciosos de su historia reciente: la reurbanización de la isla de Zorrotzaurre, según el master plan de la fallecida arquitecta Zara Hadid.
Sin perder sus esencias
El Bilbao de siempre sigue muy vivo, conservado en sus barrios clásicos y en el Casco Viejo, monumento histórico-artístico con su imponente mercado de abastos art decó, sus iglesias góticas, sus palacios tardo-renacentistas y sus callejas de comercios populares. Un alma que pervive también en la forma de vida de los bilbaínos, siempre de cara al exterior, al encuentro con los amigos y al buen comer. Por algo se la conoce como la capital del pintxo.