Marcelo Borges no podía soportar ver a su madre, doña Dalmina, una empleada de hogar de 74 años, viviendo en esa casa llena de grietas y humedades, con un techo del que se desprendían trozos de cemento anunciando un colapso que seguramente terminaría en tragedia. Su estado era lamentable incluso para lo que es habitual en la favela de Vila Matilde, uno de los barrios más pobres de Sao Paulo.
Marcelo no tenía mucho que ofrecer pero decidió pedir ayuda al estudio de arquitectura Terra e Tuma, que ya había culminado varios proyectos de arquitectura social. No pudieron negarse. “Atendimos a alguien como debería hacer un dentista o un médico, sin prejuicios”, explica el arquitecto Danilo Terra, uno de los socios del estudio.
Y comenzaron a trabajar con tres condicionantes: había que ajustarse a un presupuesto reducido pero utilizando materiales de calidad y técnicas sostenibles; tendrían que disminuir al máximo el tiempo de obra porque doña Dalmina no podía permitirse el lujo de vivir de alquiler más de unos pocos meses, y por último deberían evitar el daño de las deterioradas propiedades lindantes, acopladas a los muros de la casa.
Llegaron a la conclusión de que era más rentable derribar la vivienda y trazar nuevos planos sobre un terreno estrecho, de apenas 5 metros de ancho por 25 de largo. El suelo lo recubrieron con cemento pulido y para la estructura utilizaron bloques de cemento visto, eliminando paredes para lograr más espacio y más luz.
Un patio en la fachada, que además sirve de parking, se abre hacia el interior dando paso a un salón comedor que conecta, a través de un corredor, con la cocina y una pequeña área de servicio con amplios ventanales que dan a un patio central lleno de plantas, la gran pasión de doña Dalmina.
La planta inferior de la casa se cierra al fondo con un dormitorio. En la superior se ha construido otro dormitorio desde el que se accede a una azotea con firme de graba y un huerto: tierra y piedra para lograr un aislamiento natural del techo.
Arquitectura al alcance de todos
El coste total (materiales y mano de obra) fue de unos 37.000 euros, en los que doña Dalvina y su hijo invirtieron hasta el último céntimo de una vida de ahorro. “Esto es un pequeño milagro. Todo lo que he deseado en la vida se ha hecho realidad”, afirma la propietaria.
Pero no ha sido ella la única afortunada. “Nunca imaginamos que iba a tener la repercusión que ha tenido –ha comentado Danilo Terra–. Esta casa nunca la tratamos como algo especial”.
Sin embargo, lo es. Así lo ha considerado Archdaily, la web de arquitectura más prestigiosa, cuyo jurado le ha concedido el premio Casa del Año 2016 por presentar soluciones simples, económicas y estéticas. También el proyecto ha sido galardonado en la Bienal de Venecia y en la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.
Una casa de favela se convierte de este modo en la mejor referencia de las posibilidades de la arquitectura social, comprometida con ofrecer alternativas solidarias y sostenibles, alejadas de las grandes obras pero que, en muchos casos, representan un desafío mayor.