Dicen que Hong Kong tiene el skyline más espectacular del mundo. Es una cuestión de opiniones, pero nadie puede negar que en un ninguna otra ciudad puede apreciarse tal densidad de rascacielos. Encontramos más de 1.200 y 300 de ellos superan los 150 metros de altura.
7.200.000 personas conviviendo en una ciudad cuya superficie (1.104 km2) duplica a la de Madrid pero con mayoría son zonas montañosas o islas rocosas donde no es posible construir. De modo que la urbe asiática ha representado un enigma urbanístico que sólo ha podido ser resuelto mirando al cielo, no solo desde sus edificios abigarrados, sino también a pie de calle, construyendo la ciudad a capas, desde el subsuelo a las azoteas.
La primera solución para no detener su crecimiento económico y la actividad social fue crear estructuras multifuncionales. Las viviendas y las oficinas comparten espacio vertical con centros comerciales, parkings e intercambiadores de transporte.
Los rascacielos se plantean como edificios interactivos: viviendas en las zonas superiores, ocio y parques distribuidos en alturas diferentes en la base, y transportes en el subsuelo.
Hong Kong es un sueño para arquitectos de todo el mundo, que encuentran allí un campo de experimentación apasionante. Prueba de ello son algunos de los edificios construidos en la última década, exponentes de las nuevas soluciones del diseño y la ingeniería. El International Commerce Centre, el rascacielos más alto de la ciudad y el cuarto del mundo (118 pisos, 490 metros) es un ejemplo, pero encontramos otras propuestas sorprendentes como el aclamado Bank of China Tower, The Center (identificado por sus luces de neón), Central Plaza, Exchange Square o el revolucionario Hong Kong Convention and Exhibition Centre.
Tras hacer habitable el aire hubo que afrontar la enorme dificultad de permitir la movilidad diaria de millones de personas en una extensión tan limitada y donde el hormigón, el acero y el cristal imponen su presencia.
De nuevo había que mirar hacia arriba para que el flujo pudiera canalizarse en distintos niveles. Plataformas peatonales y carreteras se superponen y entrecruzan e, incluso, atraviesan edificios y espacios comunes. Y como elemento esencial, una extensa red de metro que desde el subsuelo cubre en forma de tela de araña tanto la zona continental como muchas de las islas.
Hong Kong es una ciudad que sólo se puede entender y humanizar explotando al límite las tres dimensiones. La consecuencia es que sus residentes se ven abocados a vivir a la sombra de todas esas estructuras y sólo acercándose a la costa hallan la luz natural que escasea entre sus calles.
Tal vez para compensarlo, los hongkoneses han hecho de la iluminación urbana una de sus propuestas más atractivas. Cada noche, los rascacielos y otros edificios a ambos lados del Puerto de Victoria rompen la noche con una iluminación sincronizada conocida como Sinfonía de Luces, que es reconocido por el Libro Guinness como el mayor festival permanente de luz y sonido.
Impresionante skyline de día, deslumbrante skyline nocturno que sigue creciendo, porque hay otros cinco rascacielos en construcción. Para Hong Kong, ni el cielo es el límite.
Foto @gcD600, distribuida con licencia Creative Commons BY-2.0