No abundan las ocasiones en las que las construcciones se integran de tal manera en su entorno natural que prácticamente se mimetizan con él. Es por ello que destacan, en la sierra norte de Guadalajara, una treintena larga de poblaciones que, por el color negruzco que les otorga la pizarra, se agrupan bajo la denominación de Arquitectura Negra, conformando uno de los estilos arquitectónicos populares más significativos de España.
De pizarra son los muros y los tejados de las casas de estos pueblos que salpican la falda del pico Ocejón, pero también las tapias, las fuentes, los puentes, las calles y los caminos. Singulares y bellos por su sobriedad y uniformidad, la concepción de estos municipios no respondió, ni mucho menos, a criterios estéticos, sino más bien a una necesidad práctica. La particularidad de la sierra, abrupta, con comunicaciones precarias, hizo que sus pobladores tuviesen que valerse de los recursos de los que el medio les dotaba para adaptarse a él. Y si algo abundaba en las colinas circundantes, era esa roca negra opaca con destellos azules, fácilmente divisible en lascas.
Adaptación al entorno
Aunque se tiene constancia de que estos terrenos ya estaban habitados en época prerromana, los poblados actuales se consolidaron entre los siglos XVI y XV. Las casas más antiguas se levantaron con muros muy gruesos, ventanas minúsculas de madera de roble y grandes chimeneas para hacer frente a los duros inviernos de frío y nieve. La construcción era compacta, con estancias pequeñas, unas destinadas a la vida familiar y otras al almacenaje de aperos, alimentos y animales. Moradas sencillas y prácticas, que respondían a las necesidades de una población eminente ganadera.
A día de hoy, la economía de estos pueblos pequeños ha recibido un fuerte impulso gracias al turismo rural, que acude atraído no sólo por la singularidad arquitectónica del conjunto, sino también por la riqueza de sus paisajes, por el interés de sus fiestas y costumbres y por la gastronomía típica manchega (asados, guisos, caza) que ofrecen los fogones y hornos de un buen número de mesones tradicionales.
Exponentes de la arquitectura popular
A medio centenar de kilómetros de Guadalajara, y poco más de una hora en coche desde Madrid, se encuentra el municipio de Tamajón, el que por su situación probablemente sea uno de los más visitados donde el visitante encontrará la Pequeña Ciudad Encantada, un extraordinario paraje donde los caprichos del agua y el viento han moldeado la piedra caliza, formando cuevas, dolinas y otras sorprendentes estructuras.
Por la misma carretera se llega a Campillo de Ranas y, más adelante, a Majaelrayo, dos de las localidades más características de la Arquitectura Negra. De la primera merece especial atención su iglesia parroquial, dedicada a Santa María Magdalena, que combina la pizarra con roca caliza, y el característico reloj de sol que se encuentra en su plaza. La posibilidad de explorar los rincones de todas y cada una de las pedanías que pertenecen a Campillo de Ranas (Campillejo, El Espinar, Roblecasa, Robleluengo, Matallana, La Vereda) merece la visita.
Fiestas y tradiciones ancestrales
Majaelrayo descansa a los pies del pico Ocejón: los más aventureros encontrarán allí un buen acceso para acceder a la cima, a 2049 metros de altitud. El primer domingo de septiembre, la localidad celebra las fiestas en honor del Santo Niño, protagonizadas por ocho danzantes y la peculiar botarga (ese ser enmascarado y travieso, vestido de colores, con cencerros en la cintura, que persigue a los niños).
Pero si desde Tamajón cogemos el desvío en la otra dirección, el camino nos lleva hasta Valverde de los Arroyos, quien presume de ser uno de los pueblos más bonitos de España. La armonía de la composición de su plaza mayor, abrazada por algunos de los edificios negros mejor conservados, y por la iglesia de San Ildefonso, del siglo XIX, es una buena muestra de sus motivos. Esta población celebra sus festejos el domingo siguiente a la octava de Corpus, en ellos, la botarga y los danzantes también hacen acto de presencia.
Sin pertenecer en sentido estricto a la ruta de los Pueblos Negros, por su interés y cercanía otros dos municipios no suelen faltar en los itinerarios de quien visita la zona. Es el caso de Retientas, cuyo principal reclamo son las imponentes ruinas el monasterio cisterciense de Santa María de Bonaval (siglo XII) y de Hita, localidad natal del célebre arcipreste Juan Ruiz, autor de ‘El libro del buen amor’. Los personajes de esta obra cumbre de la literatura nacional y los de otros escritos del medievo cobran vida cada año durante el mes de julio en la plaza del pueblo, que se transforma en un privilegiado escenario que acoge, desde 1961, el Festival de Teatro Medieval.
Foto principal: Campanario * Roblelacasa ( Guadalajara), Imagen creative commons de Jacinta Lluch.