Quizá no sepa que la vecina de arriba viaja todos los meses por España compartiendo el coche con desconocidos, que su amigo utilizó una taladradora colaborativa para montar esa estantería que tanto le gusta, o que su compañera de trabajo mejora su alemán con clases particulares online sin gastarse un euro. La revolución está en marcha, se llama consumo colaborativo y siete de cada diez españoles ya lo ha probado en al menos una ocasión, según el informe ¿Colaboración o negocio? Del valor para los usuarios a una sociedad con valores, de la OCU (Organización de Consumidores y Usuarios), presentado este año.
Las plataformas P2P (peer to peer) que ponen en contacto a particulares propiciando intercambios directos de bienes y servicios están cambiando la forma de consumir bajo el principio de optimizar los recursos existentes, en muchas ocasiones infrautilizados. ¿Sabía que durante la vida de un coche el 97% de su tiempo lo pasa estacionado? Una estimación de las empresas de carsharing que quiere hacernos reflexionar sobre las prioridades en el consumo: ¿qué es más importante, poseer el bien o disfrutar del servicio que ofrece? De esa pregunta surge su propuesta de alquiler de coches privados, que previo acuerdo de los interesados, permite acceder a un vehículo tanto por horas como para un uso vacacional.
Una comunidad para cada necesidad
A través de estas comunidades de particulares que se organizan en torno a plataformas online o aplicaciones para móviles, los ciudadanos pueden resolver infinidad de necesidades. Resultaría imposible hacer un recuento, pero las más populares son las de transporte compartido tipo Blablacar o Uber, esta última para desplazamientos de ciudad; compraventa o intercambio de todo tipo de enseres; Wallapop, que ha superado los 11 millones de descargas de su app, o Lendme son ejemplos que se suman a los clásicos de la redistribución: Milanuncios, Segundamano o eBay; alquiler de vivienda vacacional, donde Airbnb es el referente mundial con más de 2 millones de propiedades en 33.000 ciudades del mundo, según datos de la propia empresa.
Sin duda tres de los sectores que abrieron la brecha del consumo colaborativo pero al que han seguido otros. Crece el interés en las propuestas en torno al mundo de la formación que ofrece cursos online totalmente gratuitos en plataformas como Coursera o Tutellus, y también en torno al intercambio o uso compartido de todo tipo de objetos desde herramientas a videojuegos (Quierocambiarlo.com o YuMe). Ahí donde hay una necesidad del ciudadano, este movimiento trata de ofrecer una propuesta alternativa, como hace Wazypark, una comunidad de conductores que alerta sobre plazas libres para aparcar en calle.
En este rápido recuento no se debe olvidar a tres de los movimientos pioneros. En primer lugar los bancos del tiempo, en opinión de muchos donde todo empezó. En este caso, estas comunidades de particulares se organizan para intercambiar habilidades entre sus miembros sin utilizar dinero, únicamente las horas de servicio prestado o recibido bajo el esquema de yo paseo todos los días a tu perro mientras comes en la oficina y tú me das tres horas de clase de inglés a la semana.
El crowdfunding o financiación en masa fue otro de los primeros movimientos en entrar en escena, plataformas online que pretenden dar viabilidad a proyectos -principalmente de tipo cultural, social o medioambiental- sumando las aportaciones desinteresadas de particulares, como a diario ocurre en Verkami o Goteo, dos de los referentes españoles. Y en tercer lugar los también veteranos grupos de consumo, su propuesta más habitual es la de organizarse para la compra de alimentos directamente desde el productor, ahorrando los costes de los intermediarios, generando riqueza en la propia comunidad y dando viabilidad a explotaciones de producción más pequeñas.
Algo más que ahorro
Pero cuáles son las razones reales que llevan al ciudadano a optar por estas soluciones. Una de las preguntas a la que la OCU ha querido dar respuesta en su estudio. Su conclusión es que la primera motivación es económica: ahorrar o ganar dinero. La segunda justificación sería práctica: mayor flexibilidad horaria, facilidad de uso o variedad de la oferta. Este estudio también mide el grado de satisfacción de los usuarios, con una calificación media que la OCU estima en «elevada: por encima del ocho sobre diez».
Sin embargo no sólo en términos de ahorro se explica el creciente auge de la economía colaborativa. Desde Sharing España, la asociación que agrupa a las empresas del sector bajo el paraguas de la patronal aDigital (Asociación Española de la Economía Digital) se habla de un consumo eficiente y falta de confianza del consumidor como dos factores decisivos para entender el fenómeno. Así lo pusieron de manifiesto en las conclusiones del encuentro del sector celebrado en Sevilla en 2015 en colaboración con la Junta de Andalucía y la Cámara de Comercio de Sevilla: «La economía colaborativa no significa que el ciudadano consuma menos, sino que lo hace de una manera inteligente, aprovechando de una manera eficiente los recursos tanto naturales , como económicos o tecnológicos».
Pendiente de regulación
Sin embargo este movimiento crece al calor de un intenso debate que no se puede ignorar. Algunos sectores establecidos -quizá el hotelero, el del transporte de viajeros por carretera y el gremio del taxi como los más activos- acusan de competencia desleal y desregulación a la oferta de algunas de estas plataformas. Precisamente el pasado 11 de marzo la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados para la Competencia) daba a conocer los resultados preliminares de su Informe sobre Los nuevos modelos de prestación de servicios y la economía colaborativa, que pretende arrojar luz sobre el tema.
En su apartado de conclusiones se puede leer: «La economía colaborativa y las nuevas plataformas que ofrecen servicios por Internet son un fenómeno innovador, global, de carácter transversal, que está generando de forma acelerada, y con un alcance aun imprevisible, cambios estructurales en el funcionamiento de numerosos mercados».
Por ello, la CNMC concluye «que es necesario realizar una revisión de la regulación desde los principios de regulación económica eficiente, que posibilite el desarrollo de las innovaciones y elimine barreras de entrada innecesarias y desproporcionadas, lo que redundará en un mayor bienestar para los consumidores, las empresas y las administraciones públicas».
De este modo, todo parece indicar que el sector de la economía colaborativa tiene pendiente un proceso de regulación sectorial, tal como recomienda la CNMC, pero sobre unos principios de reconocimiento de su indudable aportación, como recoge la institución al término del capítulo de conclusiones: «Gracias a la economía colaborativa y las nuevas plataformas de servicios por internet, el sector público, a todos los niveles, tiene la oportunidad de rediseñar, de una forma menos distorsionadora para la competencia y con un menor coste de gestión público, su obtención de rentas fiscales y laborales, aprovechando la capacidad de generar actividad económica de las plataformas y de sus usuarios».