¿Por qué hay ciudades que tienen rascacielos y ciudades sin rascacielos?

Raúl Alonso

Cuando nos acercamos por primera vez a una ciudad y, desde la lejanía, percibimos un perfil jalonado de altos rascacielos, siempre nos recorre cierta emoción. Los rascacielos se asocian al progreso, la modernidad y la urbe cosmopolita.  Sin embargo, muchas de las urbes más emblemáticas han renunciado tradicionalmente a su construcción, algo que ocurre en muchas de las europeas: ¿por qué?

José María Ezquiaga, decano del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) y respetado urbanista, nos propone un meteórico viaje a la evolución del rascacielos para dar respuesta a esta pregunta.  La percepción del edificio de altura ha evolucionado y, solo entendiendo su transformación,  podremos saber por qué algunas grandes ciudades han renunciado a él.

El rascacielos es un invento de la ciudad norteamericana que surge para buscar el mejor aprovechamiento del suelo, como cualquier visitante comprueba en Manhattan en su primer paseo. Pero al europeo ya le habían fascinado las altas edificaciones, antes de su llegada a estas latitudes.

 

De la torre de la catedral al rascacielos

Durante siglos en Europa el edificio de altura sirvió para defender, transmitir credo o mostrar estatus y riqueza, como manifiestan las grandes torres de vigía, los campanarios de las catedrales góticas o las torres palaciegas. Sin embargo, el pragmatismo de la ciudad americana le lleva a utilizarlo como solución para albergar empresas y viviendas, algo que solo fue posible a partir de la coincidencia de una serie de avances técnicos.

«En el último tercio del siglo XIX, con la aparición de la edificación industrial, surge la cultura del esqueleto de acero, que permite llevar la luz a todas las partes del edificio, primero a través de grandes ventanales y luego con el acristalamiento de su fachada», explica Ezquiaga: «Y a estos avances hay que añadir otra tecnología sin la que el rascacielos no sería posible: el ascensor».

 

Del rascacielos ‘al skyline’

De este modo muchas ciudades americanas empiezan a construir grandes rascacielos como la mejor de las fórmulas para aprovechar el centro de sus ciudades. Y casi por sorpresa aparece un nuevo elemento, «es el skyline, un perfil de la ciudad en altura que empieza a ganar un valor icónico muy  importante».

Es en este momento cuando el rascacielos llega a Europa y a ciudades emergentes de otros continentes, pero en su exportación pierde esa planificación que lo ubicaba en el centro de las ciudades y que acompañaba su edificación de sistemas de transporte público.

En 1929 concluye en Madrid la construcción del edificio de Telefónica de Gran Vía, que se convierte en el primer rascacielos de España y uno de los primeros del Viejo Continente. El agitador Le Corbusier supuso que pronto poblarían el núcleo de muchas capitales europeas transformando sus obsoletos centros urbanos. Algo que nunca ocurrió, ya que poco a poco los europeos descubrieron que el centro histórico de sus ciudades podía convertirse en uno de sus principales motores económicos.

Décadas después el rascacielos llega a otras ciudades «convertido en una auténtica escultura contemporánea». Son monumentos como las Torres Petronas de Kuala Lumpur o el Burj Khalifa de Dubái que, con sus 828 metros, es la estructura más alta del mundo: «De algún modo son símbolos para ciudades que quieren mostrar al mundo su resurgimiento y poderío», explica el decano de los arquitectos madrileños.

 

El futuro del rascacielos

En esta evolución, el rascacielos siempre ha estado en el centro de debate arquitectónico y urbanístico. Su soberbia presencia y la capacidad de modificar el skyline han hecho que muchas ciudades renunciaran a esta tendencia para respetar su perfil histórico. Además, genera otros desafíos, ya que la gran densidad poblacional que genera puede romper el equilibrio entre la edificación, el transporte y el hombre si no se toman las decisiones acertadas. Una forma de aprovechar las bondades del rascacielos es su utilidad como sede empresarial, si bien hay ciudades como Miami donde también hay ejemplos de vivienda.

Por todo ello, Ezquiaga propone «volver al origen y utilizarlo siempre con inteligencia». Este urbanista no cree que el rascacielos conviva bien con el centro histórico de ciudades como las europeas, pero grandes referentes como Londres, París o Berlín han vuelto a construirlos buscando ubicaciones que no modifiquen sus perfiles.

Etiquetas