Penang, una ciudad de cuento

Equipo de Redaccion

En un rincón del sudeste asiático, existe una ciudad con poderes mágicos, especiales, inusuales. Se trata de una ciudad pequeña. Escondida en una isla. En ella se respira algo especial al pasear por sus calles tanto hacia arriba… como hacia abajo. Hacia un lado, como hacia otro. Ese lugar, se llama Penang, y a pesar de estar más allá de las montañas y los valles, es uno de los lugares más visitados de Malasia. Es una ciudad llena de historias escritas en cada una de sus esquinas que no puede explicarse mejor que a través de un cuento. Un cuento basado en hechos reales, con protagonistas de carne y hueso y ropa de verano. Eso sí, todo aderezado con un toque de polvo de hadas para darle un poco más de magia. Como ya va haciendo un poco más de frío por allí, coge tu taza de café o té y sumérgete en el siguiente relato viajero que como todos los cuentos, empieza así…

Érase una vez… en un país no tan lejano llamado Malasia, una ciudad ubicada en el lejano noroeste de sus fronteras. No era una ciudad cualquiera. Era una ciudad de las que ya no se fabrican hoy en día. Una ciudad con inquietudes. Una ciudad nerviosa. Una ciudad con ganas de decir “aquí estoy yo”. Una ciudad a la que pusieron por nombre… Penang.

Penang

Aunque Penang pertenecía a un país mayoritariamente musulmán, en ella había mayoría de población china. ¿Extraño? En realidad no tanto, ya que se había producido un movimiento migratorio chino a la zona dos generaciones atrás y que, en aquel momento, ya pensaron en hacer las cosas “a su manera”. En lugar de vivir en casas individuales o urbanizaciones, decidieron hacerlo todos juntos encima del mar, renunciando a sus apellidos y llevando uno único, como si formaran parte de una misma enorme familia.

Eso dio lugar a la formación de varios grupos-familia que continúan viviendo hoy en día en lo que se conoce como «clanes jetties». Como en todo pequeño barrio “de los de antes”, se vive con puertas y ventanas abiertas. Si vas por allí algún día aún podrás verlos y curiosear cómo viven, ya que no cierran las puertas de sus casas, y se dejan observar por los viajeros.

No contentos con su original urbanismo, los habitantes de Penang decidieron crear un símbolo aún más distintivo que los diferenciara del resto de las ciudades del mundo. Pensaron y pensaron en cómo debía de ser “ese algo” que les representara. Que les diferenciara. Que les hiciera únicos. Que explicara cómo son ellos: emprendedores, artesanos, creativos, a la última… pero siempre, siempre… amantes de lo tradicional. Querían que la magia de la ciudad sobrepasara sus límites y, para ello, decidieron convocar un concurso en el que artistas de todo el mundo se pondrían “manos a la obra” y encontrarían una solución. El objetivo no era otro que el de atraer viajeros desde más allá de sus fronteras hasta los rincones más recónditos y ocultos de la ciudad.

Penang

 

Tras varios meses de duro trabajo, llegó la hora de ver las propuestas y después de mucho madurar la situación, dos opciones enamoraron por unanimidad a los habitantes de Penang. El artista Ernest Zacharevic, propuso inundar las paredes de la ciudad con dibujos que salieran de los propios muros aprovechando el mobiliario urbano. A este proyecto se sumaron las ideas de Tang Mun Kian, que pensó en contar a través de caricaturas forjadas en hierro, el porqué del nombre de las calles más importantes de la ciudad. Los dos propusieron aprovechar la esencia del lugar para convertirlo en un enorme cuento-museo viviente. De esta forma, todos aquellos que venían antes y que vienen ahora a visitar Penang desde muy lejos, se pasan el día haciéndose fotos con cada una de las originales obras.

Penang

 

El caso es, que los habitantes de Penang desconocían las propiedades mágicas que los dibujos y las historias tendrían sobre todos aquellos que los contemplaban, y más aún, sobre los que vivían en la ciudad. Los dibujos, más de trescientos, se hicieron dueños de paredes, puertas, y ventanas. Eran objeto de persecución y culto para quedar inmortalizados en las retinas, cámaras y móviles de los visitantes.

Pero lo más curioso es que su espíritu… el del color, la creatividad y lo inesperado, cobró vida. Poco a poco, los dibujos se fueron colando en las casas de los “penangeses”. Si desde no hacía mucho, había dibujos fuera… ahora también los había dentro. Barcos navegando sin horizonte, árboles amarillos con frutos azules, búhos dormidos por más de cien años… Cada tienda, cada casa… tenía alma, corazón y vida. Como las calles de Penang. Como toda la ciudad de Penang.

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