Los conductores que circulan de noche por el tramo de la carretera N393 a su paso por Oss, en el sur de Holanda, no dejan de sorprenderse al ver que el asfalto se ilumina con tres rayas verdes que sirven para indicarles el trazado de la vía.
Daan Roosegaarde, fundador y jefe de diseño de la compañía holandesa que desarrolla esta tecnología, explica que han empleado un material fotoluminiscente en la base asfáltica, de tal manera que el firme absorbe la energía solar durante el día y la emite por la noche.
Este es solo uno de los proyectos que diferentes grupos de investigadores de los Países Bajos han puesto en marcha para transformar las carreteras en sistemas inteligentes capaces de generar su propia energía. Una apuesta por la sostenibilidad urbana que puede suponer una revolución en el transporte.
La ciclovía solar SolaRoad, que se inauguró a finales del pasado año en Krommenie, al noroeste de Ámsterdam, es un paso más en ese camino hacia el futuro. Son solo 70 metros de largo, construidos con paneles de hormigón que almacenan energía en sus células solares para luego transmitirla a una pequeña central eléctrica. Esa central es capaz de abastecer tres casas de los alrededores, una parte del sistema de iluminación pública y un punto de recarga de coches eléctricos.
Es un concepto muy similar al de las Solar Roadways norteamericanas: paneles solares de 30×30 cm que funcionan como generadores eléctricos, con su propia iluminación LED y que además irradian calor, de tal manera que podrían derretir la nieve o el hielo.
Daan Roosegaarde apunta que solo estamos en el comienzo de una tecnología que va a suponer un ahorro energético sin precedentes, a la vez que reducirá las emisiones de gases contaminantes y facilitará una conducción más segura y eficiente.
Por ejemplo, los materiales luminiscentes conectados a sistemas de procesamiento de datos, podrían transformar el firme en pantallas continuas de información que indicarían la temperatura de la vía o la posible presencia de placas de hielo, o cualquier incidencia en la carretera. Y la energía que se acumulase en los paneles solares del suelo recargaría automáticamente los vehículos eléctricos tan solo al circular sobre ellos.
Holanda está a la vanguardia de estas investigaciones gracias a una apuesta decidida por la sostenibilidad que no es nueva. Está en su cultura. Basten estos datos para entenderlo: en el país hay más bicicletas (18 millones) que habitantes (16,7 millones), y hay 100.000 kilómetros de vías ciclistas, 400 solo en Ámsterdam.
Puede parecer sorprendente, pero el uso masivo de ese transporte en la capital holandesa (el 57% de los habitantes la utilizan a diario) genera una grave falta de espacio, sobre todo en el centro. Por eso las autoridades municipales han aprobado la construcción de un aparcamiento de 7.000 plazas que estará en parte sumergido en el lago Ij, la antigua bahía que se extiende junto a la Estación Central, y desde el que se podrá acceder directamente a la red de metro.
Además se ha planeado construir en la misma zona dos islas flotantes con otras 2.000 plazas de aparcamiento para bicicletas cada una. Se prevé que haya otras 40.000 plazas en los próximos años, al tiempo que se extiende la red de carril-bici en al menos otros 15 kilómetros.
El único futuro viable de las ciudades y el transporte es la sostenibilidad. Holanda es la prueba.
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