De guasa, señorío y jazmín, así se viste Sevilla

Equipo de Redaccion

¿Qué tiene Sevilla que no encuentres en ningún otro lugar de España? ¿De qué están hechas sus calles y sus gentes? El Guadalquivir, el barrio de Triana, su aroma a jazmín, sus coloridas plazas…. Comidas típicas, restaurantes archiconocidos y otros no tanto, plazas clavadas en la historia… Sevilla y los sevillanos tienen mucho que ofrecernos para encandilarnos y convencernos de que no hay un mejor lugar para vivir.

Que Sevilla tiene un color especial lo sabemos todos. Pero, además es arte, guasa, señorío, jazmín y baile, mucho baile. ¡Que se lo digan al Real de la Feria ubicado en el barrio de Los Remedios!

Por eso hace rato que dejé abandonado el mapa en un banco de la Plaza España. Sevilla no necesita de callejeros ni de mapas turísticos. Sevilla es una ciudad en la que perderse, en la que dejarse llevar, en la que coger cada callejuela con la ilusión de un niño por descubrir dónde acabará.

Mi primer sitio para perderme, el Barrio de Santa Cruz, el lugar donde los turistas se mezclan con los vecinos y se contagian del ambiente extrovertido de la ciudad, del arte de los sevillanos, de sus largas charlas en torno a una mesa, en cualquier casa o taberna, donde las calles huelen a azahar y las casas encaladas están salpicadas de macetas con flores de colores.

En una mesa de una de sus imprescindibles tabernas, con un buen fino en la mano dejo que Manolo, el dueño, me instruya: «El barrio de Santa Cruz es un laberinto, pintado en blanco y albero, con plazas llenas de encanto, diminutas, como la de Alfaro o Santa Cruz… Una mezcla de grandes y señoriales casonas,  de patios moriscos, de pequeños oasis, miarma«.

Como oasis también pero, esta vez, de tradición y cultura, es otro de los barrios en los que me pierdo en Sevilla, el conocido barrio de Triana. Cuna de toreros, cantaores y flamencas, en las calles del barrio de Triana suenan la guitarra, las palmas y, cómo no, el corazón más auténtico de una ciudad que tiene una esencia diferente en cada esquina.

Paseando por la calle Betis y tras atravesar el callejón de la Inquisición, podemos hacer una parada en el Mercado de Triana (y por qué no, aprovechar para tomarnos una cerveza artesanal y tan sevillana como las de Taifa), admirar desde la preciosa Capilla del Carmen, patrona de los marineros, los edificios alargados, de colores y, sobresaliendo entre todos ellos, la imponente Torre del Oro, desafiando al cielo… No puede haber plan mejor.

O sí… Sentir la pasión de este barrio durante la Semana Santa. Acompañar a la Esperanza de Triana en su paseo por las calles, entre aplausos, vítores y piropos a su tez morena… Sentir el fervor, mientras llega La Madrugá, y las salves nos anuncian la llegada del día. “La inmortalidad para el sevillano se llama Semana Santa”, dice el escritor Antonio Burgos y damos fe de ello.

Y sin más mapa que el de los sentidos, a bordo de una calesa, y siguiendo la pasión una vez más, llegar a la Catedral, Patrimonio de la Humanidad y construida sobre los restos de una antigua mezquita, para dejarnos hechizar por la Giralda, la gran torre que la domina, y  antiguo minarete en la época almohade, desde donde se llamaba a la oración.

Pasar por la puerta de la Plaza de Toros de la Maestranza, auténtico templo de los amantes del mundo del toreo, o sentir la paz del Parque de María Luisa, donde, nos cuentan, «las declaraciones de amor se esconden detrás de cada uno de sus árboles».

Sevilla es un coche de caballos, es un paseo por la historia, es una charla relajada en torno a una mesa, es un tablao flamenco, con artistas en cada casa… Es vivir con pasión… y  sentir el lado bueno de la vida.

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