Las ciudades son peligrosas para nuestro cerebro. Esa fue la conclusión de un estudio realizado por investigadores del Douglas Mental Health University Institute de Montreal (Canadá) y del Instituto Central de Salud Mental de Mannheim (Alemania).
Según este trabajo, los urbanitas sufren alteraciones en las regiones cerebrales que regulan la emoción y el estrés: “El riesgo de desórdenes de ansiedad es un 21% mayor para los habitantes de las ciudades, quienes también incrementan sus posibilidades de sufrir trastornos en el carácter en un 39%”.
Podría deducirse que el contacto con la naturaleza debería tener el efecto contrario. Es lo que ha intentado probar recientemente un equipo de médicos del prestigioso Instituto Karolinska de Estocolmo (Suecia). Con ese propósito idearon un experimento bautizado como ‘La cabaña de 72 horas’.
En la isla privada de Henriksholm, al oeste de Suecia, cuya superficie es en un 60% bosque y en un 40% tierras de pasto, se construyeron cinco pequeñas cabañas de cristal diseñadas por Jeanna Berger, una estudiante de arquitectura sueca cuyos padres son los propietarios de la isla.
Terapia natural
Cada una de estas mini-cabañas fue ocupada durante 72 horas por un voluntario elegido entre profesionales que residieran en una gran ciudad y cuya actividad tuviera un alto nivel de estrés.
Los afortunados fueron Chris, un periodista de Londres; Steffi, policía de Múnich; Ben, un presentador de televisión que reside en Londres; Baqer, coordinador de eventos en Nueva York, y Marilyne, un taxista parisino.
Los cinco pasaron tres días en septiembre rodeados de un paisaje extraordinario, nadando, pescando y cocinando al aire libre, y descansando en una cama desde la que observar a través del techo un cielo completamente estrellado.
Se les realizaron análisis médicos antes y después del experimento, y los resultados acaban de hacerse públicos: en solo 72 horas, sus síntomas de estrés y ansiedad se redujeron en un 70%. Por ejemplo, su tensión arterial disminuyó un 9%, al igual que la media de su frecuencia cardíaca.
Ahora las mini-cabañas han quedado para uso público, pero no con fines turísticos, sino para urbanitas suecos, que necesiten curas psicológicas. La idea ha tenido tan buena acogida que se está estudiando la posibilidad de construir decenas de cabañas de cristal, diseñadas para un máximo de dos personas, y repartirlas por un país cuya superficie está deshabitada en un 95%. Una combinación de arquitectura minimalista y naturaleza que puede convertirse en una excelente terapia.