El hechizo otoñal de la selva de Irati

Equipo de Redaccion

Cada estación maquilla la selva de Irati de colores bellos y diferentes, pero es el otoño, indiscutiblemente, el que le otorga su mayor esplendor.

Es en esta época del año cuando el Pirineo oriental navarro, entre los valles de Aezkoa y Salazar, transforma sus más de 17.000 hectáreas verdes en un inmenso manto de matices amarillos, ocres, naranjas, rojos y marrones, y las copas de las hayas y los abetos, principales integrantes del paisaje, se tiñen de cobre.

Así que nos acercamos, cámara en mano, hasta el mayor bosque de la Península y el segundo hayedo-abetal más extenso de Europa, sólo después de la Selva negra Alemana. Desde la situación privilegiada que otorgan cualquiera de los miradores que encontraremos -por ejemplo, el del embalse de Irabai, el del paso de Tapla o el de Pikatua-, nos vamos a dejar atrapar por éste espectáculo cromático que regala la naturaleza.

Adentrarse en la selva

Sin duda, la mejor manera de disfrutar de los encantos otoñales de Irati es aparcar el coche y adentrarse a pie entre su espesa vegetación: existen decenas de senderos para todos los niveles y dificultades (las rutas están bien señalizadas y acondicionadas y empiezan desde un kilómetro, no hay excusas). De camino, agudicen el oído, escucharán el sonido del agua (llueve mucho, por lo que corre aquí y allá formando arroyos, riachuelos y torrentes, además del río Irati, que da el nombre a la selva) y, quizá, algún zorro, marta o corzo que busque escondite a su paso.

Eso sí, no elijan un día de niebla. No sólo porque la niebla desluciría las vistas sino porque, según cuenta la leyenda, las lamias (brujas según la mitología del lugar) aprovechan la mala visibilidad para hacer desaparecer impunemente a quienes osan adentrarse en su territorio. Tomen, pues, precauciones, pero no crean que todas las criaturas que moran en Irati son hostiles… Si se encuentran con un basajaun (otro personaje mitológico reconocible por su alta estatura y su larguísima cabellera), póngase a sus órdenes y déjense llevar: el señor del bosque les guiará y les protegerá en su aventura.

Gastronomía de temporada

¿El paseo les ha abierto el apetito? Pues están de enhorabuena porque el otoño es también la mejor época para disfrutar de la gastronomía de la zona. Esta época es plena temporada de setas y, además, es cuando la migración de las palomas torcaces las lleva a atravesar el Pirineo navarro: los cazadores las atrapan con red y gracias a que las recogen enteras, su guiso es más sabroso.

Aunque cualquier mes es bueno para llevar a la mesa un chuletón de ternera de Navarra (con Denominación de Origen), una trucha de río preparada ‘a la navarra’ (frita y rellena de una loncha de jamón), o una ración de quesos de Roncal o Idiazábal, todo regado por vinos de la zona o sidra, según el gusto.

La huella del hombre

La selva de Irati suministró en el pasado la madera necesaria para la construcción del palacio de Olite, la catedral de Tudela o los mástiles de la armada. Por fortuna, pese a la explotación forestal a la que se vio sometida, se encuentra en un excelente estado de conservación, con extensas zonas que se preservan prácticamente en su estado primitivo.

La intervención del ser humano es escasa y ha dado lugar a construcciones que se integran perfectamente en el paisaje y que también merecen una visita, como la ermita de la virgen de las nieves, la torre romana de Urkulu o el embalse de Irabia.

Pueblecitos de postal

No menos pintorescos que el paisaje natural son los pueblecitos que rodean la selva de Irati. Por ejemplo, si se elige el acceso oriental, por el valle de Salazar, el municipio de Ochagavía es la puerta de entrada. Con recios caseríos de empinados tejados, calles empedradas y un puente medieval cruzando el río Salazar, Ochagavía es el prototipo de la arquitectura pirenaica.

Por la entrada occidental, se encuentra otro idílico pueblecito navarro, Orbaizeta, donde además de la iglesia medieval de San Pedro se pueden recorrer las impresionantes ruinas de la antigua fábrica de armas y municiones, que datan del siglo XVIII. Allí se encuentra también el Centro de Interpretación de la Naturaleza, buen punto de partida antes de entrar en la Selva.

Si, como es de esperar, les han conquistado los encantos del otoño de Irati, recuerden que pueden regresar cuando el invierno tiña el bosque de blanco (necesitarán raquetas en los pies para caminar, pero merecerá la pena) o cuando la primavera traiga de vuelta los verdes vibrantes al Pirineo.

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